Cazando al Leviatán

El animal más grande cazado jamás en la Tierra vivía en un mar remoto al sur del planeta. Era una ballena azul de unos 32 metros de envergadura, más grande incluso que el mayor de los dinosaurios conocidos. Aquel formidable Leviatán, como se le denomina en la Biblia, fue capturado en 1912 por un ballenero con base en la mayor de las islas que forman el archipiélago de las Georgias del Sur llamada San Pedro. Fue bautizada así en 1753 por los tripulantes del buque español “León”. Por aquel entonces aquella isla, y los pequeños islotes que la circundan, no tenía ningún valor comercial ni estratégico. Ballena jorobada. Foto: Sebastián ÁlvaroPor ello en 1775, durante su segundo viaje a la búsqueda del continente austral, el británico James Cook tomó posesión de las islas en nombre de su Majestad británica. Rebautizó el archipiélago con el nombre de Georgias, en honor de Jorge III. Al gran explorador británico no le gustó nada aquella muralla oceánica, que calificó como “salvaje y terrible”, en la que reinaba un viento terrible y un clima atroz. El hecho es que se llevó una gran decepción cuando descubrió que era una isla y no un cabo septentrional de la Antártida que, paradojícamente, jamás llegó a ver a pesar de que practícamente la circunnavegó.

Si Mallory fue el hombre que más se mereció ver el mundo desde la cima del Everest, Cook fue el hombre que más esfuerzos realizó por descubrir la Antártida.

 

Travesia de Georgias del Sur. Foto: Sebastián ÁlvaroPor eso cuando a finales del 2003 realizamos una travesía a pie del interior de esta isla comprendí la impresión que le causó este paisaje al gran explorador británico. Es un territorio inhóspito dominado por montañas, glaciares y tormentas, sin ningún árbol en toda su superficie. Toda ella parece un anticipo del cercano continente antártico. Alguien las ha denominado como las Montañas del Océano.

Navegando a las Georgias. Foto: Sebastián ÁlvaroCuando se llega por primera vez en barco, aquellas hermosas cimas, vomitando sus glaciares al mar, parecen surgir como colmillos blancos del mismo fondo del océano que las acosa y aísla del resto del mundo. Sin embargo James Cook llevó a Inglaterra una interesante noticia desde el punto de vista comercial: las gigantescas colonias de focas y ballenas que había visto en las Georgias. Poco después comenzaron a ser visitadas por cazadores de pieles, sobre todo británicos y norteamericanos.

Elefante marino. Foto: Sebastián ÁlvaroEn 1791 el capitán Fanning cosechó aquí nada menos que 57.000 pieles de foca. Está considerada como la cacería más rentable de la historia. Los siguientes objetivos de los cazadores fueron los elefantes marinos y los pingüinos, de los que extraían su grasa para conseguir aceite. No sería hasta finales del siglo XIX cuando arribarán a Georgias del Sur los balleneros. Eran los tiempos en los que la grasa de las ballenas iluminaba el mundo. Quien visita hoy Georgias se encuentra con unos edificios abandonados y ruinosos. Pero hasta 1965, año en que se abandonaron, estas herrumbrosas ruinas fueron el centro de una actividad frenética en torno a la captura de los grandes cetáceos. Obtenían aceite de su grasa, harina de sus huesos y su carne y convertían sus barbas en piezas de los corsés femeninos. También buscaban ámbar gris, que tenía fama de milagroso medicamento al tiempo que se usaba en la creación de sofisticados perfumes.

Factoria abandonada de Stromness. Foto: Sebastián ÁlvaroFue en 1903 cuando un noruego llamado Carl Anton Larsen, afincado en Argentina, decidió construir la primera factoría ballenera en Grytkiven. La seguirían otras siete a lo largo de la costa oriental de la isla. Sólo una de estas factorías ocupaba a más de 700 personas. Se calcula que sólo en Grytkiven se procesaron 174.000 ballenas hasta el final de su actividad en la década de 1930. Eran como un pueblo, con todas las instalaciones pertinentes, entre las que contaban, por ejemplo, con un cinematógrafo. También tenían su propio campeonato oficial de fútbol. La mayoría de los trabajadores eran de origen noruego que venían unos años a trabajar y a ahorrar algo de dinero para luego regresar a casa. Un sacerdote que ejercía su ministerio en aquel remoto lugar describió a estos balleneros, un tanto románticamente, como: “Una abigarrada raza de antiguos nobles y otras criaturas caídas, muchos, o la mayoría, reñidos con la vida”. El explorador polar Ernest Shackleton los definió como “perros viejos” de rostro arrugado y marcado por las tormentas de medio siglo. Desde luego si alguien conocía las muchas acechanzas y peligros de los mares helados antárticos eran aquellos marinos curtidos en mil cacerías del Leviatán en el extremo sur del planeta.

Lapida de Shackleton en Georgias. Foto: Sebastián ÁlvaroUn viejo dicho marinero afirma que por debajo de los 40º grados sur no hay ley y por debajo de los 50º sur no hay Dios. Y ellos navegaban incluso más al sur, donde reina el todopoderoso hielo eterno: la mayor acumulación de hielo del planeta, cuyo peso tiene hundido el continente antártico y que es la mayor reserva de agua dulce. Su experiencia y conocimientos resultaron de gran ayuda para Shackleton. La exploración y conocimientos modernos de la Antártida no hubiese sido posible sin los foqueros y balleneros que tuvieron que sufrir las condiciones más duras que se pueden imaginar, siguiendo a sus presas hasta las costas de la Antártida.

Bahia de Nordensjkold y el monte Paget al fondo. Foto: Sebastián ÁlvaroLas mismas que tuvieron que soportar Shackleton y sus 27 hombres sobreviviendo durante 17 meses sobre la banquisa antártica que cubre el mar de Weddell. La última peripecia le llevó a navegar, junto a cinco compañeros, los casi mil quinientos kilómetros por aquel mar tempestuoso en un pequeño de bote de siete metros para buscar ayuda en las Georgias y rescatar al resto de la expedición. Cuando aquellos balleneros supieron de su hazaña les pidieron permiso para tener el honor de estrechar la mano de quienes estimaban como unos hombres excepcionales. Shackleton y sus compañeros consideraron aquel gesto de respeto como el mejor homenaje que habían recibido por su logro. No en vano venía de unos hombres que, como ellos, sabían lo que supone enfrentarse al Infierno blanco, allí donde resopla el Leviatán. Seguramente el mismo al que se refiere el libro de los Salmos: El gran Leviatán que hace hervir el mar como el agua de una marmita.

Pinguinera de St. Andrew.Foto: Sebastián ÁlvaroCuando las ballenas se acabaron, les tocó el turno a los elefantes marinos y, al mismo tiempo, a las focas, los lobos marinos y hasta los pingüinos. Luego todo el negocio se vino abajo y Georgias se quedó en completa soledad. Poco a poco la naturaleza fue recuperándose. Sólo una estúpida guerra por su posesión, entre británicos y argentinos, rompió la calma de los barracones abandonados y los elefantes marinos abarrotando sus playas nuevamente, como antaño, como cuando llegó Cook.

Así la encontré yo hace diez años. Pisé nuevamente la playa de Posesión y desde allí iniciamos la misma travesía que llevó a Shackleton y dos de sus hombres hasta Stromness en busca de ayuda. Sentí una emoción especial al llegar a la misma casa que llamaron en busca de auxilio. Paseando por sus calles abandonadas pude ver a aquellos hombres rudos que cazaban ballenas hace cien años. Aquel mundo, iluminado con grasa, y aquella raza de hombres se extinguieron. Ninguno hubiese podido preverlo entonces. Las ballenas, los lobos, los elefantes y los pingüinos, afortunadamente, se recuperaron.  

Ballena jorobada. Antártida. Foto: Sebastián Álvaro

Ballena jorobada

Ballena jorobada. Antártida. Foto: Sebastián Álvaro

Ballena jorobada

Ballena jorobada. Antártida. Foto: Sebastián Álvaro

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *