Cuando la cima no es lo más importante

Se está acabando la temporada de escalada en el Himalaya. En apenas unos días las los vientos monzónicos anegarán de nieve las montañas más altas del mundo y entonces los alpinistas tendrán que regresar a sus casas. 

Nuevamente los medios de comunicación se han hecho eco de conflictos, rescates y tragedias. Y, nuevamente, las críticas a los alpinistas han sido duras. El dueño de Patagonian Brothers ha sido contundente, al señalar que algunos alpinistas españoles «no vienen suficientemente preparados y luego tenemos que ser los demás los que les sacamos del apuro. Tienen que ser conscientes de que ayer cerca de 40 personas pusieron sus vidas en riesgo para salvarlos. Y eso no puede pasar año tras otro. Si no están preparados que se retiren o se dediquen a otra cosa». Pasando por alto el exabrupto de un «negociante» del Everest, culpable de algunos de los males que critica, no deja de poner la llaga en la herida. 

Hasta no hace mucho tiempo eran los alpinistas españoles los que participábamos en las labores de rescate, mientras ahora son rescatados. Fueron los hermanos argentinos Benegas y el guía Matías Erroz los que ayudaron a poner a salvo al andaluz Manuel González que se encontraba a unos 8.000 metros de altitud mientras su grupo ya se encontraba de bajada. Luego un helicóptero subió al valle del Silencio y lo trasladó a Khatmandú. 

Cuando la montaña se convierte en un negocio


También Juanito sufrió una fuerte deshidratación y algunos más de esta heterogénea expedición bajaban con edemas pulmonares y congelaciones. Siendo bruscamente sincero, el resumen es un desastre en toda la regla. Toda la lectura de lo sucedido, en el Everest y en el Lhotse me hace renegar de esta clase de montañismo, que ha transformado el Everest en un circo, en una feria de las vanidades tan alejada de la verdadera ética y soledad de las montañas. 

Desde luego que hay una parte de la actividad que hacemos que convive con el riesgo y que, en determinados momentos, depende del azar. Pero estoy seguro de que sin el circo mediático organizado, sin casi mil personas en el campo base, sin más montañeros que los serpas encargados de hacer todo el trabajo, no pasarían muchos de estos accidentes. 

El verdadero problema reside en que hay muchas personas donde no deberían estar, que algunos se fijan objetivos por encima de sus posibilidades y que otros consideran una «obligación» ir al Everest, cuando debería ser una pasión. 

Y porque unos pocos han decido hacer negocio de algo que debería ser patrimonio de todos y donde se debería entrar casi de puntillas, como en un templo. Doy gracias porque pude conocer el «Valle del Silencio» cuando hacía honor a su nombre. Y los alpinistas también.

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