Mi primer encuentro con Karim se produjo allá por 1983 cuando vivíamos o, más bien para acercarnos más a nuestros verdaderos sentimientos, sufríamos nuestra primera expedición a la Montaña de las montañas, el K2 y «Al filo de lo imposible» se perfilaba en mi cabeza como una hermosa idea por la que luchar.
A los pies de la cara oeste de este coloso de brutal hermosura todo me resultaba desmesurado, abrumador, inhumano. Nuestra ingenuidad y nuestro optimismo desmesurado, sobre todo el mío y el de algún «optimista histórico» como mi buen compañero Juanjo San Sebastián, nos habían hecho despreciar el espolón de los Abruzos, la ruta normal, para optar por una de las escaladas más duras y comprometidas de todo el Karakorum. Tal vez por ello, la admiración por aquel pequeño porteador de aspecto delicado surgió casi de inmediato.
Así es Karim
Nunca olvidaré un suceso que es de los que definen la personalidad de mi amigo Karim. Una mañana estábamos en la tienda-comedor del campo base cuando por el ‘walkie’ entró la voz de uno de nuestros porteadores diciendo que se ponía a descender desde el campo 4. Nos pareció bien porque de esa forma teníamos controlado a todos los que estaban escalando en cada momento. Lo anormal es que mientras nosotros seguíamos comunicando con los diferentes campamentos Karim volvía a saludarnos desde el campo 3, el 2 y el 1, algo que no podíamos creer ya que el mentado campo 4 se encontraba a 7.600 metros de altitud. Alguien dijo en voz alta lo que todos pensábamos: «¡Ese cabrón va como una moto! ¿Es ese pequeñajo?» Era Abdul Karim, «Little Karim», el Pequeño Karim, como le bautizó con admiración Chris Bonington.
La labor social
Desde aquel entonces, he vuelto en más de cuarenta ocasiones al Karakorum, unas veces de expedición, otras simplemente a caminar y perdernos entre las montañas, siempre con la colaboración de Karim y sus hijos. Y fue él, el que me animó a emprender la tarea de la que me siento más orgulloso: realizar un proyecto de Ayuda y Cooperación en su aldea de Hushé, que en estos momentos estamos ya terminando después de once años de trabajo provechoso.
Es allí, como lo estoy haciendo ahora, cuando, convocados por el poder de la nostalgia, acuden las anécdotas y los recuerdos de unas vidas compartidas en las montañas. La memoria de lo que ha vivido y los amigos que ha hecho escalando las altas cumbres de su universo es el tesoro más preciado para Karim: «En invierno, cuando estamos bloqueados por la nieve y no se puede salir de casa, cuando estoy dormido, sueño con esas cosas y recuerdo a los amigos». Para apuntalar el caótico inglés en el que nos entendemos, Karim se señala la cabeza y cierra los ojos. «Entonces pienso…».
El porteador más famoso
Abdul Karim es el porteador más famoso del Karakorum, casi un símbolo de ese puñado de baltíes -definidos como mongoles de raza aria, por Ardito Desio, líder de la expedición italiana que conquistó por primera vez el K2, en 1954- que se empeñan en seguir viviendo en uno de los hábitats más inclementes de la Tierra realizando uno de los trabajos más duros que pueden realizarse y en condiciones extremas.
Son los porteadores más duros y leales que conozco, por supuesto muy por encima de los serpas. Y tal fama es más que merecida.
Si Karim, en lugar de portear cargas para otros por encima de los 8.000 metros, se hubiera dedicado a subir a esas mismas montañas, nos encontraríamos ante un «ochomilista» de élite a la altura de los mejores.
Su actividad desde que comenzó a portear en 1977, realizando dos o tres expediciones cada verano, es impresionante: veinticinco expediciones, de ellas nueve al K2 donde ha superado la línea de los 8.000 metros por cuatro rutas diferentes; cinco al Broad Peak; otras tantas al Gasherbrum II; y muchas más a otras montañas menos conocidas pero, al menos, tan difíciles y casi tan altas como aquellas. Y muchas más; porque Karim de las montañas de 6.000 metros simplemente no se acuerda. “De esas habré subido más de cien”.