El Glaciar de Baltoro

Uno de los primeros visitantes del Karakorum, Günter Oskar Dyhrenfurth, al observar la grandiosidad de las montañas que flanquean este glaciar, dijo que era “la más genial expresión de las fuerzas orogénicas del planeta”. Y es una afirmación que se ajusta a la realidad, pues en ningún otro lugar del planeta se concentran tal cantidad de altas montañas. En Paiyu entramos en el reino del Gran Karakorum, plagado de cumbres por encima de los 7.000 metros, lo que significa que es un paraíso de la alta montaña, descomunal. Sólo en la cabecera del valle glaciar del Baltoro hay concentrados cuatro ochomiles (cinco si contamos la punta central del Broad Peak) y una agrupación espléndida de sietemiles, dos de los cuales casi alcanzan aquella cifra: el Gasherbrum III (7952 mts) y el Gasherbrum IV (7925 mts).

No sabemos por qué ley de equilibrio en nuestro planeta no hay montañas superiores a nueve mil metros, pero si hubieran sido posibles estarían sin duda aquí, porque es en esta cordillera, y en el Himalaya, donde se dan las condiciones geológicas que permitirían esas formidables construcciones. En la zona próxima a Concordia se apiñan el K2, segunda cima del planeta (8.611 mts), el Broad Peak (8.047 mts.) y el impresionante ramillete de cimas que rodean el circo de los Gasherbrum (el primero a 8.068, el segundo a 8.035 m y el sexto a 7.003 mts), además del Sia Kangri (7400 mts) el Baltoro Kangri (7312 mts) y el Chogolisa (7665 mts).

El Baltoro abre, desgaja esta selva de picos en su mismo centro. No existe, por ello, en las grandes cordilleras un valle de la extrema belleza del Baltoro, orlado por tantas y tan elegantes torres, tan agudas cimas, por montañas-catedrales,​<!– pirámides desmesuradas y glaciares desbordantes. Ahora desde Paiyu, absortos en la contemplación de algo que nos abruma con su desmesura, sabemos que será un esfuerzo recorrerlo por su elevada altitud y su rudeza, por su interminable longitud: nada se regala aquí al caminante, pero éste gana grandes recompensas vitales cada día que transcurre en su interior. Allí están todas las rocas posibles en el corazón de las cordilleras: picos afilados de granito, orlados de pilares escarpados, torres de gneis recortadas por muros verticales, aristas de esquistos que forman crestas atormentadas, muros calcáreos masivos y aéreos. Nada falta a la reunión.

Mirando al entorno se tiene a veces la sensación de que el Karakorum no es una cordillera más, sino algo así como un club selecto de la naturaleza en el que se hubieran congregado las montañas más distinguidas: las Torres del Trango, la Torre Mustagh, el Masherbrum, el Paiyu, las Puntas del Mármol y del Cristal, el Angelus, la Mitra, el Trono Dorado, el Chogolisa, el Pico Oculto, Gasherbrum IV… y el soberbio desafío a la geometría del Chogori.

Pasada la encrucijada llamada Concordia, donde confluyen inmensos ríos de hielo, se puede seguir caminando hacia el Baltoro Superior donde se penetra en aposentos donde ya no hay nada que no sea grandioso, por su belleza y dimensiones. En este mundo remoto, la sucesión de arquitecturas recién fabricadas y de valles escondidos parece inagotable. Es una región montañosa que se multiplica más allá de las aristas y los collados, siempre elevados, peligrosos y excesivos. Son formas jóvenes de rocas viejas, recién arrancadas de la tierra, como si aquí nacieran aún montañas. Lo mismo ocurre con los glaciares que se derraman abundantes desde la cumbre del Chogolisa para alimentar la lengua del Baltoro.

Parece el amamantadero de los hielos de la Tierra, tan copiosos que pueden engañarnos, hacernos creer que no hubiera todavía llegado, tan adentro de la cordillera, esa tendencia que por todas partes no deja sino lenguas glaciares en retirada. Este apartado escondrijo no está exento de las leyes que determinan otras montañas, pero lo parece al mostrarse con paisajes de los primeros tiempos que uno creería residuos de un mundo ya olvidado, pero que existió no hace tanto, cuando en nuestro planeta abundaban los lugares inhabitables, inaccesibles, penetrados y escondidos por la niebla y el misterio. A pesar de la relativa frecuentación de esta caminata no llega a la masificación de las de Nepal, siempre en territorios más habitados y urbanizados. En el Baltoro se cruza una frontera que sólo los verdaderamente preparados deben franquear, más allá el retorno es, sino imposible, muy difícil.

Toda esta máquina terrestre, este taller de montañas está en movimiento, crece y cae constantemente, se construye y demuele al mismo tiempo. El torrente abre un surco, cierra un paso, el alud transmite repentinamente la gran nevada de la cima al glaciar de la base, la cubeta de hielo se llena de agua azul y se vacía repentinamente. Todo eso se aprende en el Baltoro. Yo soy más lento, más débil, más tosco que la materia. Es bueno recordar que el mundo es mejor que los hombres. Y es bueno recordarlo en Paiyu, a punto de entrar en este reino de los hielos y las tormentas, donde el hombre nunca será bienvenido.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *