No hay muchos sitios así en el mundo. Mejor dicho no hay ninguno… al menos por encima del nivel del mar. Hace unos días regresaba de Skardú a Islamabad en el vuelo regular que cubre estas dos ciudades pakistaníes con un Boeing 737. El día era fantástico, una rareza en medio del monzón que por estas fechas azota regularmente las montañas del Karakorum y también, y muy especialmente, el macizo del Nanga Parbat (8.125 metros), que se levantaba majestuoso y solitario. Estos días extraordinarios, casi a final de agosto, son bastante raros y fueron utilizados por la austriaca Gerlinde Kaltenbrunner para ascender al K2. Al que vimos en la lejanía sin una nube.
Pero enseguida llegó el espectáculo. Del que fuimos espectadores privilegiados, porque los pilotos nos dejaron entrar en la cabina y pudimos ver como las altas montañas del Karakorum, Himalayan e Hindu Kush se desplegaban en nuestro horizonte. Y enseguida, como una aparición, hizo acto de presencia el Nanga Parbat: la Montaña Desnuda, el Rey de las Montañas, la Montaña del destino, para los alemanes. La montaña que, junto con el Eiger, más leyendas, misterios, literatura y cine ha provocado. Primero la vertiente del Rakhiot, de perfil el Rupal y luego fuimos rodeando la montaña por el oeste, el Ganalo, la cresta del Mazeno… pero sobre todo la impresionante vertiente del Diamir, los glaciares desparramándose por sus flancos, los torrentes vertiginosos que se abalanzan sobre el río Indo, el río León de la mitología hindú.
Todo ello en un tramo relativamente corto, que desde el avión parece tocarse con la mano. Son 30 kilómetros a vista de pájaro desde la cima del Nanga al valle por el que discurre el Indo. En total son 7.000 metros de desnivel. El mayor escalón de la Tierra por encima del mar. Y que hace dos años nuestro amigo Ramón Morillas logró sobrevolar, casi, (desde los 7500 mts) en su totalidad para aterrizar en Chilás, a 1.100 m. Todo un espectaculo de la Naturaleza. Un privilegio de los dioses contemplarlo desde el aire.