El reino del Himalaya

Algunos amigos me dicen que porqué vuelvo a Nepal tan frecuentemente. Intentaré explicarlo, dando algunas razones para transmitir, si puedo, mi fascinación por uno de los países más amables que conozco.

El Everest al atardecer. Foto: Sebastián ÁlvaroNepal ha sido definido como el reino del Himalaya. Un pequeño país pinzado entre los dos grandes imperios emergentes: China e India. Un país pequeño y pobre, de gentes amables y marcados contrastes, entre los llanos del Terai y las altas cimas, entre el hinduismo y el budismo, los ricos y los pobres, el desierto y la jungla. Y todos esos contrastes son motivos para que el viajero, con curiosidad y los ojos y los sentidos abiertos, recorra el país de punta a punta. Naciones como el pequeño país himalayo nos recuerdan que una primera visita a Khatmandú, o una caminata por el valle del Khumbu, no agota el descubrimiento de un país tan bello y complejo. Más bien al contrario, sirve de estímulo para iniciar nuevos viajes a valles remotos, bosques impenetrables o collados donde el corazón se te desboca ante tanta belleza y ese aire leve y enrarecido. Por eso siempre que puedo me pierdo por los caminos del Himalaya. En el Karakorum tengo mi casa, pero en Nepal me llevo a mis amigos de viaje placentero y fascinante.
Trekkings por el del valle del Khumbu. Foto: Sebastián Álvaro
El Himalaya siempre ha ejercido una poderosa e irresistible capacidad de fascinación sobre los hombres. El haberse mantenido fuera del alcance de los occidentales hasta finales del siglo XIX, y el halo de misterio que le rodeaba contribuyó en buena medida a crear una leyenda que ha llegado a nuestros días. El nombre de Himalaya proviene del sánscrito y significa “morada de las nieves perpetuas”. Es un nombre perfecto para la cadena montañosa más elevada del mundo y, probablemente, la más impresionante creación de la naturaleza. También es la morada de los dioses. Viendo las majestuosas cimas del Himalaya rasgando las nubes es fácil imaginar a los dioses poblando ese reino prohibido a los hombres y dominando el mundo de los pobres mortales.

 

Mujer Sherpa. Foto: Sebastián ÁlvaroEn realidad Nepal era nación perdida en los mapas y viviendo de espaldas al mundo de los occidentales hasta bien entrado el siglo XX. Fue al acabar la segunda guerra mundial cuando los alpinistas europeos pusieron los ojos en Nepal para acceder a algunas de las montañas más altas de la Tierra. La situación geoestratégica había cambiado notablemente. China había invadido el Tíbet y había cerrado su frontera con la vertiente norte de los Himalayas. Así que no quedaba otra posibilidad que intentarlo por el sur. Franceses, suizos, ingleses, estadounidenses o austriacos, llevarían a cabo las primeras expediciones que tuvieron que enfrentarse a una cartografía rudimentaria y una geografía sumamente hostil. Pero ellos escribieron algunas de las mejores páginas de la historia del alpinismo. Y, lo que es mejor, situaron a Nepal en lo más alto del turismo de montaña.

La pista de aterrizaje del aeropuerto de Lukla desde la cabina del avión. Foto: Sebastián ÁlvaroEl Himalaya es el producto de la colisión de dos placas tectónicas que ha levantado una cordillera de 2.500 kilómetros de longitud casi a tocar el cielo. Esta portentosa espina dorsal asiática acoge a catorce grandes cimas de más de ocho mil metros, más de trescientas, incluyendo cumbres secundarias, que sobrepasan los siete mil. Hay miles que superan los cinco y seis mil metros, y la gran mayoría de estas no tienen nombre. No es de extrañar que entre los primeros objetivos que se marcaron los alpinistas fueran las más altas y aunque los alpinistas ingleses argumenten, con ciertas dosis de ironía, que ellos como no utilizan el sistema métrico decimal y prefieren el método tradicional anglosajón de medir en pies, no han contribuido a crear el mito de los “ochomiles”, paradójicamente lo cierto es que fueron alpinistas ingleses los que inauguraron la pasión por las montañas más altas de la Tierra.

Nepal, un país pequeño y pobre, de gentes amables y marcados contrastes, entre el hinduismo y el budismo. Foto: Sebastián ÁlvaroKathmandu, la capital de Nepal, ha sido desde 1960 uno de los centros de peregrinación del movimiento hippie y también la base desde donde los montañeros preparan sus expediciones al Himalaya. Estos dos factores, alpinismo y snobismo por las culturas orientales, impulsaron decisivamente la llegada de viajeros y turistas desde comienzos de los años setenta y principios de los ochenta. Pasear entre sus templos de madera, perderse por sus callejuelas es emprender un viaje hacia el pasado. Aunque Khatmandu sigue siendo una ciudad contaminada y sucia, sin embargo posee un encanto especial.
La estupa de Boudnath, el lugar de confluencia budista más importante de Khatmandú. Foto: Sebastián Álvaro
En la Estupa de Swuyambhunath, una de las joyas arquitectónicas de la cultura budista, los ojos de Buda lo contemplan todo, y los del viajero quedan atrapados por un panorama inolvidable. Es una de las mejores vistas de la capital de Nepal. Pero no hay que perderse  el barrio de Thamel, Durbar Square, y, desde luego, las ciudades monumentales de Patán y Bhaktapur.
El valle de Kathmandú desde el avión, con el Himalaya al fondo. Foto: Sebastián Álvaro
Desde Kathmandú pueden hacerse algunos trekkings inolvidables, como el de los Annapurnas, el del valle del Khumbu, a la base del Everest o el menos conocido, pero más salvaje, del Manaslu, la Montaña de los Espíritus. Este último, a salvo de multitudes y del confort de los lodges del valle del Khumbu, es uno de los más recomendables. Siempre hay razones para visitar Nepal.

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