Así es como ha llamado a su nueva expedición polar sir Ranulph Fiennes, quizá en un guiño al libro sobre la expedición liderada por Scott a la Antártida, “El peor viaje del mundo”, escrito por Cherry-Garrard.
La aventura, como la montaña, no sólo está llena de grandes hazañas de intrépidos y valientes personajes, sino de libros, poesías, documentales, películas, cuadros y partituras, que la engrandecen y la llenan de Sentimiento. Uno de esos libros imprescindibles es “El peor viaje del mundo”. Lo he vuelto a releer estos días, precisamente al hacerse pública el proyecto de Fiennes de atravesar la Antártida en invierno. No deja de ser curioso el cúmulo de circunstancias que propiciaron el que uno de los miembros más jóvenes de la expedición británica a la Antártida de 1910 -animado por su amigo el escritor Bernard Shaw– terminara escribiendo esta obra que se convertiría en un clásico del género de exploración y aventuras. Sin duda el mejor libro para adentrarse en los pormenores de una expedición tan desgraciada como heroica y, a través de ella, comprender una época, la de las grandes exploraciones, estudios científicos, colonizaciones y conquistas británicas de la época victoriana, y el espíritu de los hombres y mujeres que las llevaron a cabo.
La brillante agudeza narrativa de Cherry, salpicado de ese sentido del humor típicamente británico, la visión crítica de lo que hicieron, que salpica las páginas de forma fría y precisa, como el bisturí de un cirujano, poniendo en cuestión muchas de las decisiones del capitán Scott en su carrera con Amundsen por conquistar el Polo Sur, serían suficientes cualidades para recomendar este libro a todo aquel que quiera saber como fue la época heroica de las grandes exploraciones polares, cuando internarse en la Antártida era casi como explorar ahora la luna.
Quizás fuese un impulso irracional, “el deseo de saber, a secas”, como bien nos explica Cherry, porque, al fin y al cabo, “la exploración es la expresión física de la pasión intelectual”. Pero el título del libro se refiere sobre todo al viaje que el autor llevó a cabo, en pleno invierno antártico, con temperaturas que superaban los 60º bajo cero, junto al doctor Edward Wilson y el teniente Henry Bowers, para conseguir unos huevos de pingüino emperador. Fue tan inhumano que llegaron a pensar en la muerte “como una bendición”. Y el regreso aun fue más espantoso: “no había palabras en nuestro idioma que pudieran describir su espanto”. Al regresar a su base Scott sentenció. “Este es el viaje más duro que se haya hecho jamás”.
No cabe duda de que lo que pretende Fiennes, de 68 años, y sus cinco compañeros de aventura, es rememorar este heroico viaje, al tiempo que rendir homenaje al capitán Scott, alguien por quien siente especial admiración. De hecho, Fiennes ha escrito una biografía del explorador polar reivindicando su figura frente a las numerosas críticas por su forma de afrontar, hace ahora cien años, la carrera por la conquista del Polo Sur, que acabaría perdiendo frente a Amundsen, y en la que acabarían muriendo los cinco británicos. Pero creo que se equivoca. Muchos especialistas piensan que este trágico final fue debido, en buena medida, a los errores de su líder.
Aquellos tres huevos de pingüino emperador que con tanto sacrifico habían sido conseguidos, se quedaron en un rincón de la cabaña hasta la vuelta del Polo Sur. A excepción de Cherry, sus principales protagonistas se quedarían en el continente helado para siempre. Ese complejo de culpa le estaría persiguiendo el resto de sus días. Sus compañeros, entre ellos Cherry, encontrarían sus cadáveres ocho meses más tarde y sería su amigo el que elegiría una frase del Ulises de Tennyson para poner sobre el memorial erigido a aquellos cinco hombres. Una frase que es en realidad un homenaje a todos los aventureros románticos de aquella edad de oro de la exploración británica, en África, los Polos o los Himalayas: “Luchar, buscar, encontrar y no rendirse jamás”.
Personalmente no creo que esta expedición de Fiennes sea la mejor manera de homenajear a los tres hombres que llevaron a cabo una expedición en el límite de la resistencia humana. Esta expedición de Fiennes y sus hombres, bajo la bandera de la Commonwealth, parece más un intento de conquista a la vieja usanza del imperio británico, sin reparar en medios, que una expedición moderna, innovadora, limpia y respetuosa con un medio tan bello y delicado como la Antártida. Desde luego no quiero quitar importancia aventurera a los seis meses (de marzo a septiembre del año que viene) que van a estar sin ver la luz del sol en los meses centrales del invierno antártico y soportando temperaturas extremas que pueden llegar a los 80º bajo cero.
Sin embargo en lugar de arrastrar de un trineo y dormir en una tienda, como hicieron Cherry, Bowers y Wilson, llevarán consigo dos vehículos bulldozer que acarrearán un habitáculo para los expedicionarios y 70 toneladas de material y combustible cada uno. Se me antoja algo así como hacer peripecias en un trapecio con red.
Creo que la memoria de aquellos tres hombres que fueron sólo con su esfuerzo, y con trajes de pieles, merecía algo más de imaginación para estar a su altura. Cuando ya se ha cruzado el continente antártico de una forma limpia, a bordo de un catamarán polar con velas, precisamente por una expedición española, hubiera sido de agradecer algo más de imaginación y coraje. La verdadera expedición invernal aún está por hacer.