Gracias, Profe, por dedicarme estas líneas:
En un escrito publicado en un libro sobre el Tíbet, reflexionaba Berenson sobre los distintos tipos de viaje: “Hoy todos los viajeros tenemos la mala costumbre de dejarnos trasladar, como cartas cerradas dentro del saco del correo, por los trenes o por los aviones más rápidos… de una ciudad a otra, de un placer a otro… monotonía que parece hecha para eliminar no sólo los intereses espirituales, sino la mera curiosidad. Se podría suponer que el arte de viajar, en el viejo sentido de la palabra, está ya por desaparecer completamente…
Cuando Italo Balbo descendió de su avión en Gadamés y preguntó a los indígenas cuánto tiempo necesitaban para hacer el viaje desde Trípoli, le respondieron:
– Veintiocho días.
– ¡Pero si yo he venido en tres horas!, contestó Balbo.
Los indígenas le miraron asombrados:
– ¿Qué has hecho, entonces, durante los otros veintisiete días?
…Ellos vivían cuando viajaban –concluye Berenson-.
Reflexionaba también Savater sobre “la lección del abismo”, que se aprende en un peculiar “viaje hacia abajo”, y que es maestro en la iniciación. Es el caso del descenso a las entrañas del planeta por el volcán y la caverna en una lección de esfuerzo: encontrar la apertura en lo cerrado, efectuar la entrada en lo compacto y convertir la base en techo. Es el viaje a lo profundo, al centro oculto, a la tiniebla. Y el retorno simbolizará un renacer, la recuperación de la luz y del aire. El abismo enseña uno de los lados épicos de la sabiduría.
De modo inverso, la ascensión de la montaña es un especial mano a mano con el paisaje, que opone su resistencia y ofrece sus posibilidades. Señalaba Samivel la asociación entre lo bajo –con menos- y lo alto –con más-. A la altitud corresponden conceptos de trascendencia y a la ascensión ideas de progreso y de crecimiento. La cima es su recompensa moral. Las montañas, donde esta experiencia es lo normal, son, además, muestras de la supervivencia de la gran naturaleza terrestre y también de una arraigada continuidad cultural.
Pues bien, el viaje que se confunde con la vida, el abismo que enseña moral y la montaña que te mide… éstos son también los dioses mayores convocados por Sebastián Álvaro en su vida errante.
Sebastián Álvaro tiene un viejo petate azul, venerable, con más cicatrices que un soldado de los tercios de Flandes. Es un símbolo de su dueño: Ha visto todos los mares del Ártico al Antártico. Ha estado en los dos polos y en el Mar de China, ha recorrido los Andes en globo, ha subido por las sendas desdibujadas de la garganta del Tsang Po, ha reposado en el Baltoro y en Khumbu, ha cruzado el río Braldo en crecida, ha descendido el Indo en piragua, se ha descolgado por una cuerda en cascadas de islas perdidas, tiene quemaduras de volcanes en erupción, ha servido de asiento sobre la nieve en campamentos muy altos, se ha hundido en alguna grieta glaciar y reaparecido por otra, ha navegado flotando en un iceberg, se ha mareado cubierto de salitre en la tormenta perfecta, ha soportado ventiscas heladas y tormentas de arena ardiente, se ha arañado con las ramas de los bosques fueguinos. Y sigue siendo impermeable.
Tal vez por esto Sebas es llamado también en su valle del Karakórum: “Sebas-Apó” (Sebas, el venerable): es como su petate.
Nadie mejor para contar sus historias, sus paisajes y sus caminos, constantemente renovados, siempre penúltimos. Él los soñó, ideó, montó, recorrió, filmó y escribió. Fue a lugares inalcanzables y supo contarlos espléndidamente. Lo hizo para él y para todos los demás que pudieron ver sus centenas de documentales magistrales. Regaló miles de paisajes y de aventuras en ellos. O con ellos.
Tiene el planeta en su cabeza para lo hecho y lo por hacer. Sabe a donde ir y por donde ir. Y además sabe lo que hay saber sobre los lugares y conoce sus significados. Lo que hay que sentir en los lugares. Los pioneros abren el camino difícil, cada uno de sus pasos en lo desconocido facilita los viajes posteriores, y en sus relatos personales surge espontáneamente el valor de lo auténtico. Si te dejas seducir tal vez veas tú también el infinito en el cielo estrellado del Karakórum y tengas, como Pascal, el escalofrío de pensar cuántos mundos nos ignoran.
Pero Sebas no es un viajero cualquiera, sino un fenómeno especial, como pueden serlo una erupción o las cataratas Victoria. Sólo se encuentra una decantación así muy de vez en cuando. Los fenómenos de este tipo son casi cósmicos y es una Suerte haber compartido como amigo alguno de sus caminos. Esta es ahora vuestra oportunidad para compartir también el cosmos de Sebas. Casi mochila al hombro. Una vez esa mochila al hombro debes saber que, si vas con él, hay una ética del comportamiento en la naturaleza. Y también una estética en el modo de la acción.
La experiencia dice que “hacer montaña” tiene dos ingredientes conjugados: lucha y juego. Están combinados. Si en el esfuerzo se requiere una ética de fondo y en el juego una estética de forma, ambas están poniéndose en funcionamiento de modo constante y mezclado.
La experiencia montañera es un conjunto de logros de unos paisajes sin finalidad práctica. El alpinismo esencial tiene que ver con la soledad, el aislamiento, la ruptura con lo de abajo. Sólo matan ese contenido, como siempre ha ocurrido, el pragmatismo, la inacción, la insensibilidad… ¡ah! y la pérdida de la ingenuidad. Lo grande está reñido con la astucia. Vayamos esta tarde por lo grande.
Sólo una cosa más: antes de entrar en este mundo de paisajes extraordinarios, itinerarios fuertes y senderos de ensueño, haced vuestro lo que escribía el gran escritor Robert Louis Stevenson:
“No pido otra cosa: el cielo sobre mi cabeza y el camino bajo mis pies”.
Eduardo Martínez de Pisón