House, Mourinho, y los personajes antipaticos.

Ya tengo un pie en el avión que me llevará a Ecuador. Y de repente recuerdo la cantidad de cosas que me han pasado en estos últimos 10 dias, así que me pongo a la tarea: Eduardo Martínez de Pisón y un servidor presentamos en la libreria Desnivel El Sentimiento de la Montaña, una reedición de un libro que (en opinión de sus autores) es imprescindible para todos aquellos preocupados y/o amantes de la montaña. Poco después tuve que ir a Torelló a recoger un premio por Piedra de Luz, un trabajo documental sobre la expedición al Gasherbrum IV en la que participaron mis amigos Alberto Iñurrategui, José Carlos Tamayo, Juan Vallejo, Ferran Latorre y Mikel Zabalza. Ha sido magnífico y una de las pocas alegrias, en este apartado, de los últimos tiempos. Y, por último, cerré en el Botánico la temporada de conferencias del Club Peñalara, hablando sobre la ética y el sentimiento de la Montaña.

Bueno ese es un buen resumen, apresurado, de lo que han dado estos días. Pero la reflexión de estos dias, sobre todo después de la bronca entre Preciado y Mourinho, me gustaría hacerla sobre si es necesario, además de ser buen profesional, ser simpático, para caminar por la sociedad actual.

Mourinho es un borde. A Cristiano no hay quien le aguante. Tiger Woods es un adicto al sexo y Fernando Alonso un triste. La reciente polémica a cuenta de un análisis del entrenador del Real Madrid, respondidas fuera de tono por el del Gijón (que, de paso, sirvieron para “calentar” el partido al límite del reglamento) han vuelto a poner sobre la mesa el tema del carácter o el comportamiento que deben mostrar los deportistas. Resulta que las estrellas actuales del deporte están obligadas, no se sabe muy bien por qué ley divina o municipal, a ser, además de los mejores en lo suyo, devotos maridos y padres, amables vecinos y simpáticos contertulios. Entre otros argumentos se dice que deben ser así porque son un ejemplo para los jóvenes, como si su educación no dependiese de la responsabilidad de educadores y progenitores. Y como si fuera más ejemplar la actitud de otros, eso sí más simpáticos, que hacen entradas escalofriantes o corean eslóganes sobre la madre de Ronaldo e invitan a la tumba al entrenador rival. Ya vimos algo parecido en un entrenamiento cuando Casillas era insultando gravemente por un chaval mientras su padre le jaleaba. Ése es el fondo de la cuestión. Y la realidad es que, jugadores y entrenadores, son contratados por su capacidad y no por sus habilidades sociales (Butragueño ha afirmado, muy atinadamente, que no han contratado a Mourinho porque fuera simpático). Sin duda los matices juegan en este debate una parte sustancial. No es lo mismo ser antipático que insultar. Pero a nadie se le puede obligar a otra cosa que a ser un buen profesional. Es algo que curiosamente no ocurre en otros ámbitos, como por ejemplo la literatura donde abundan “Malamadres” de la magnitud de, por ejemplo -y sin citar a otros vivos que seguro están en la mente de todos- un Quevedo, siempre alternando la pluma con la espada para hacerle un roto en la piel o en el honor a quien osara cruzarse en su camino. Nuestra sociedad parece empeñada en tener falsos héroes esféricos en su perfección, seres irreales sin esquinas ni sombras, cuando lo cierto es que las debilidades y cómo las afronta son parte esencial, tanto como su talento, del carácter de un verdadero triunfador, lo que le hace admirable. Y pienso en Shackleton, en Messner o Bonatti, grandes aventureros y exploradores que pasaron a la historia a pesar de que no eran simpáticos. Pero fueron los mejores y fueron grandes. Y quiero acabar con una frase de Gregory House, un tipo antipático que, a pesar de ello, se ha ganado las simpatías de la audiencia: “¿Preferiría un médico que le coja la mano mientras se muere o uno que le ignore mientras mejora?” Desde ya le digo, doctor, que yo prefiero que mi equipo gane.

 

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