La montaña más alta de Honduras

Honduras no sólo es, o al menos eso dicen algunos datos sobre violencia, el país más peligroso del mundo, descontando los que están en guerra, claro. También es un país de una naturaleza desbordante, lleno de montañas, playas y ruinas mayas que les podría proporcionar unos buenos ingresos por turismo, si la violencia criminal que impera por muchos barrios, y las temidas «maras» desaparecieran. A pesar de todo, de la mano de un buen amigo que vive en Tegucigalpa, y además con mucho cuidado, me decidí a visitar Honduras.

Decidí con este amigo dirigirnos a una de las zonas más interesantes: saliendo de Tegucigalpa  nos dirigimos a la Paz, luego a la Esperanza para terminar la jornada durmiendo en Gracias. Uno de los varios «Gracias a Dios», bautizados por los españoles, o Colón, cuando llegaban a un sitio en el que podían descansar y aliviar sus penalidades que, en este sitio, fueron muchas.

La localidad de Gracias es un pequeño pueblo con alguna iglesia, desperdigada y una plaza reliquia colonial remozada por la AECID. En Gracias dormimos en un pequeño hostal, propiedad de una holandesa que lleva viviendo 25 años en la zona. Y al día siguiente nos dirigimos a nuestro objetivo: el Parque Nacional de Celaque, donde se encuentra el Cerro de las Minas, o Montaña Agua Fría (2.849 m), el punto culminante de Honduras.

En la entrada del Parque contactamos con un guía nativo nativo, Toño Melgar, un tipo callado y simpático, que nos va a acompañar los dos días que durará toda la ascensión y el descenso hasta este mismo punto. Hablamos con el guardaparque que nos confirma que estaremos solos en todo el Parque Nacional, lo cual no deja de ser inquietante, en una zona selvática y donde los conflictos por asuntos de drogas suelen ser cada vez más frecuentes.

 

El primer día atravesamos un gran bosque de pinos envuelto en la niebla. Es un bosque nublado típico de estas latitudes. Hacemos una parada para descansar a 1.900 metros y luego seguimos hasta un lugar llamado el Campo de los Naranjos, a 2.550 metros. Se salva un buen desnivel, unos 1.300 metros, y la última parte se hace penosa por el terreno embarrado y resbaladizo en el que tienes que ir agarrándote a las ramas que encuentras. El bosque es tan tupido que apenas te rozan los rayos del sol. El ambiente es soberbio pero, como en todas las selvas, también un poco intimidador y agobiante. Llegamos con las ropas húmedas, del sudor y la niebla, pero no podemos secar nada por la humedad. Así que nos preparamos algo de cena, que será muy frugal, y muy pronto al saco.

A la mañana siguiente nos ponemos en marcha al amanecer, sólo tomamos un cacito de café con leche y unas galletas, y se nos hace difícil seguir un camino muy poco marcado por el bosque tupido. Las hojas y el musgo lo van tapando a ratos, lo que nos indica que no debe haber muchas personas que suban hasta aquí. En realidad nadie lo aconseja, ni siquiera la holandesa dueña del hostal que nos sugirió hacer otras caminatas en lugares más domesticados. El propio Toño Melgar nos cuenta que no hace mucho hubo una muerte sin esclarecer entre extranjeros, al parecer por líos de drogas («eran drogos», nos dice como si nada), en los que jamás apareció el cuerpo del delito.

En fin, ya no tiene arreglo, así que avivamos el paso por el bosque, primero por una zona más plana y luego se vuelve a hacer más pendiente el camino. La última parte, que se hace muy pesada la verdad, se ve rematada por una cuesta al final de la cual hay un pequeño claro por el que puede verse el mar de nubes envolviendo la montaña. Es el único sitio donde te rozan los rayos del sol y los aprovechamos un buen rato. También hay un cartel y una bandera de Honduras.

No estamos más de quince minutos en la cima, hacemos unas fotos y salimos disparados, porque sabemos que a las seis de la tarde (hora en la que se hace de noche), deberemos estar en un sitio seguro. Andar después de esa hora o circulando por la carretera no es nada aconsejable y menos a los turistas. Así que bajamos como un tiro al lugar donde hemos dormido, recojo la tienda y las cosas y cuando llegan mis compañeros es sólo hacer las mochilas, repartir el peso y seguir bajando.

Bajamos bastante cansados, así que hacemos una parada a 1.900 metros, y luego ya seguimos hasta la entrada del parque. Nos despedimos del guardaparque (contándole que la Ayuda Española para el año que viene va a hacer posible una gran mejoría en el Parque Nacional de Celaque), pagamos a Toño Melgar y le deseamos lo mejor y salimos corriendo en coche, es un decir porque las carreteras no lo permiten, hacia Santa Rosa del Copán donde veríamos las ruinas mayas al día siguiente. Pero esa es otra historia.

Hicimos casi 1.000 kilómetros en el periplo de siete días en el que recorrimos lo más interesante de Honduras. Nos dejamos las islas y playas para otra ocasión. A pesar de todo, la ascensión de «La Montaña Fría», me pareció bellísima. Y las ruinas mayas de Copán una auténtica maravilla que pueden competir con las de Guatemala. En fin, un viaje recomendable… si no fuera por la violencia criminal que hace de Honduras uno de los países más peligrosos de la Tierra.

(PD: Horarios para los interesados en realizar la ascensión. Del lugar donde se deja el coche, unos 1.250 m de altitud, a la entrada del Parque, unos 1.400 m, tardamos una media hora. De la entrada al campamento de Don Tomás, a unos 1.900 m, tardamos 2 horas y media. Y de allí al campamento de los Naranjos (2.550 m), unas tres horas. Desde la entrada a los Naranjos (sin contar descansos), unas cinco horas y media o seis. Del campamento de los Naranjos a la cima (2.849 m), una hora y media. Y del campamento de los Naranjos a la entrada del Parque, tres horas. Todo esto sin contar paradas ni descansos y yendo bastante cargados). 

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