Una guía de La Toscana en pareja: el Valle de Orcia para dos
Arte para pasar toda una vida muriéndose y resucitando de síndromes con nombre de escritor decimonónico, paisajes que son puzzles de miles de piezas de colores para recorrer a pie, a caballo o en tren de vapor; pueblitos con rincones escondidos que huelen a besos robados… Esta región italiana lo tiene todo para evocar a Heros. Y también gastronomía que sirve de excusa para una cena a la luz de la velas. Y claro, vinos (vinazos) para chinchinear, chisparse… y lo que pueda surgir. Por eso, si estás pensando un destino de luna de miel o unas vacaciones a dos, no lo dudes: pon la brújula mirando a la bota, concretamente en la parte central de la región y al Valle de Orcia, en la provincia de Siena. Porque no todo es Roma en Italia, ni todo en Toscana es Florencia. ¿Qué, cómo y cuándo? Keep Reading.
SIENTA, EL PUNTO DE PARTIDA
Es la preciosísima capital de la provincia del mismo nombre y el centro de operaciones para el plan(azo) que os proponemos: explorar el Valle de Orcia. Su único error fue estar a poco más de 100 kilómetros de Florencia (que, más o menos, es como estrenarte en el Baile de la rosa con un vestido de Chanel y ser princesa de Mónaco, pero que tu hermana se llame Carlota Casiraghi).
Para conocer bien Siena hace falta dedicarle varios días. Empezad por el Palazzo Pubblico, un edificio de manual del gótico sienés con piedra de travertino y ladrillo, arcos de ventanas dobles y galerías y columnas. No os conforméis con verlo por fuera. Entrad, porque en su interior está el museo cívico, –con obras de los principales pintores del Renacimiento sienés como Simone Martini o Duccio–. Y tampoco dejéis de subir a lo alto; desde su campanario, la torre del Manguia, de 102 metros, se tienen las mejores vistas de la Piazza del Campo.
En esta explanada con forma de abanico todos los años el 2 de julio y el 16 de agosto se celebra allí su fiesta más famosa, el Palio, un super acontecimiento que tiene en un ay a la ciudad. Se trata de unas vertiginosas (y brevísimas) carreras de caballos sin montura que se celebran desde el siglo XVII. Duran poco más de un minuto y el objetivo es que los jinetes, divididos por los diferentes barrios de la ciudad, consigan el susodicho palio, es decir, la bandera de la virgen. La celebración de la victoria se hace a la italiana. Adivinas bien, con comida y bebida como si o hubiese mañana, y donde hasta el propio caballo se calza por un día, no las herraduras, sino las botas. Hay empresas que aseguraran los palcos y que, incluso os llevan a ver cómo se alimentan los caballos, como Charme and Adventure.
Otras visitas de sí o sí en Siena son la Pinacoteca Nacional, en el palacio Buensignori (siglo XV); y el Duomo, la catedral de Santa Maria Assunta: con su fachada cebreada (que parece un castillo de TENTE), con sus puertas rojas y verdes, su tímpano coloreado y su campanile. En su interior podréis ver la escultura de San Juan bautista de Donatello y, si tenéis suerte (está cubierto por unos paneles de cristal y solo se abre durante algunos meses al año para proteger su conservación), el suelo: 52 paneles de mármol con escenas del Antiguo Testamento, que son su principal tesoro. Tanto, tanto, que el historiador Giorgio Vasari, el padre de todos los historiadores del arte, dijo de él ya en el siglo XVI que era “el mayor, más bello y más magnífico suelo creado jamás”.
Desde Siena, como hemos dicho, se puede comenzar a explorar el valle de mil maneras. Un planazo es ir enun tren a vapor de épocasurcando campos de cultivo con rebaños de ovejas. Las salidas están programadas en días concretos desde Siena, cada una con un recorridos temático, que pueden ser ferias de antigüedades, mercado de trufa o de vino, e incluyen degustaciones de productos típicos, visitas a museos, etc..
También podéis hacerlo a caballo. Hay varias por diferentes itinerarios, pero nos gusta especialmente la ruta que va del viñedo al antiguo volcán (20 km y 4 horas de duración): desde la Abbazia di Sant’Antimo, por los viñedos de Brunello, subiendo por el Monte Amiata, un volcán en reposo, y que termina en Vivo d’Orcia, un pueblito de acuerela con sus ovejas y casas.
Pero si tenéis más días, lo mejor es alquilar un coche (o una vespa) para poder moveros a vuestras anchas y disfrutar, no sólo de las ciudades y pueblos, cargados de arte e historia, sino también, y mucho, de los paisajes.
AQUÍ SE RODÓ EL ‘PACIENTE INGLÉS’
La abadía de San Galgano se encuentra en medio de un frondoso bosque, digo de Robin Hood. La leyenda que rodea a quien le da nombre es también de tintes caballerescos: se trata de la conversión de un guerrero medieval de moral disoluta, quien tras aparecérsele el Arcángel San Miguel, se convirtió en un monje pío y abnegado… con el nombre de San Galgano. Este caballero ‘renacido’, se retiró a vivir a una austerísima ermita muy cerquita del templo y en cuya entrada aún se conserva su espada (se dice que con ella intentó romper una piedra y que, misteriosamente, quedó clavada en la roca, ¿os suena?). Una historia casi tan romántica como la película que se grabó en ella: El paciente inglés de Anthony Minghella (1996) y que, sin duda, será una buena inspiración.