Más de cien mentiras

Hace mucho tiempo que llevaba dándole vueltas. En realidad, como todos los proyectos importantes en los que he participado, la idea ha sido un proceso de maduración que me ha llevado de un sitio a otro. De ir cantando a pleno grito las canciones de Sabina por el glaciar de Baltoro, a conocer a Pancho Varona y compartir con él charlas sobre grandes aventuras o canciones. Y de allí a un estudio de la SER.

A Pancho le sigo casi desde que tengo uso de razón. Soy un sabinero desde que Sabina formaba parte de La Mandrágora. Probablemente haya sido el primero que puso en TVE una canción suya, formando parte de la banda sonora de un documental en el que escalábamos la cara oeste del Naranjo de Bulnes. Por insólito que parezca, y aprovechando mi afición sabinera, coloqué el “Pongamos que hablo de Madrid” y “Calle Melancolia” en un programa de escalada libre. Con un par, que dirían ellos precisamente.

Sebastián Álvaro con Pancho Varona en 'A vivir que son dos días'Pero me gustaron Pabellón Psiquiátrico, un grupo gamberro, cuyas letras hoy serían consideradas machistas, censuradas y políticamente incorrectas, un grupo que producía Panchito. Todavía tengo por casa aquellas cintas de casete que oía, lo recuerdo con nitidez melancólica, mientras atravesaba el Tíbet prohibido hace quince años. Siempre he pensado que había que tener mucho talento y agallas para apoyar a grupos tan fuera de lo común y transgresores como aquellos simpáticos y provocadores jóvenes. Por eso cuando un lunes cualquiera, de un día de primavera, estaba esperando, no un tren en Urquinaona, ni cuando las Olimpiadas de Barcelona, sino en la redacción de la SER para hacer mi sección de El Larguero, me quedé asombrado que un tipo como Pancho me llamara para decirme que le encantaría conocerme y hablar sobre el Himalaya. “No sabrás quien soy”, me dijo por teléfono. “Hace años que te sigo”, le conteste, y quedamos para el jueves siguiente en la Plaza del Callao. Fue un flechazo a simple vista porque las amistades, como los amores, también son pura química, porque van a ese apartado de las razones que el corazón no entiende. Luego se cultivan o se descuidan o se traicionan, exactamente igual que los amores, pero las buenas amistades también nacen de encuentros inesperados. Nos caímos tan bien que compartimos de inmediato la esencia de lo mejor que tenemos y, en realidad, de lo que somos. Músicas y Aventuras, letras, poemas, montañas, espacios salvajes. Confidencias y amigos. Los Brincos y Mark Knopfler. El Nanga y la Antártida…

Sebastián Álvaro en 'A vivir que son dos días'Y una cosa llevó a la otra. En un par de ocasiones estuve en casa de Joaquín hablando de cuestiones filosóficas, de aventuras e infortunios, del accidente de Guadalupe, de los ojos de Ester, presente allí mismo, y de Peces de Ciudad. Probablemente ese día nadie en aquella casa, llena de músicos y poetas, entendiera el porqué me dedicaba a escalar montañas con lo bien que se está en la ciudad, en tu casa calentito y tomándote un gin tonic. Recuerdo que terminamos discutiendo sobre aquella parte del poema que dice “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”.

Tengo el libro de Sabina dedicado, precisamente, con un pez dibujado y una conversación pendiente “al filo de lo posible”. Ya se sabe que, incluso entre los intelectuales de izquierdas, o precisamente más entre ellos, los aventureros solemos estar muy mal vistos. Probablemente sólo recuerden aquella acepción del diccionario en la que se nos califica como “hombres sin oficio ni profesión… que viven a costa de las mujeres…”. En realidad, hasta entonces, en numerosas ocasiones, yo había sido feliz volviendo a lugares donde muchas veces ya lo había sido. Entendía aquella metáfora sabinera que, recordando a Heráclito, venía a afirmar que uno no puede bañarse dos veces en el mismo río que, en este caso, es la vida. Pero yo pretendía argumentar que no hay que volver al lugar sino al instante, recuperando la emoción y el sentimiento. Pero, con el tiempo, también he comprendido que cuando algo se rompe no se puede recomponer por mucho que quieras remover las cenizas que el amor tras de sí dejó. Tampoco en la montaña, tampoco en la aventura, por muy aventurero que seas, en el mejor o en el peor sentido de la palabra. Y, en efecto, nunca más Guadalupe, ni la cara Norte del K2, ni el Ama Dablam, ni el Nanga, ni muchos otros lugares que dejé perdidos en el rincón maldito donde se dejan los malos recuerdos. Quizás Joaquín tenía razón…

Sebastián Álvaro con Pancho Varona a la guitarra en 'A vivir que son dos días'En realidad todo ese proceso fue una excusa. Para seguir cultivando y compartiendo canciones y aventuras. Y entonces surgió. Recuerdo que yo estaba de viaje y Panchito también. Estaban de gira por España y me llamó por teléfono. A su lado estaba Antonio García de Diego, otro buen amigo, y de repente me dijo: “Elige una canción, eres el primero que llamo así que tienes más posibilidades. Vamos a hacer una especie de Karaoke y te subiré al escenario”. La verdad es que, siguiendo mi vehemente y torpe impulso, no tardé mucho en contestar. “Vale. Mejor Aves de Paso, o La del Pirata Cojo. Pero a cambio tu te vendrás conmigo al Himalaya”. “Hecho”. Y así fue como me vi convirtiendo en rock una canción irónica y melancólica, un vistazo atrás sobre aquellas peligrosas rubias de bote de nuestra juventud que nunca nos preguntaron si las queríamos… posiblemente porque ellas tampoco nos querían… nos bastó el asiento trasero de aquellos miserables coches del tardo franquismo donde descubrimos los secretos de amor debajo de la falda de alguna de cuyo nombre no me quiero acordar.

Aunque yo cumplí, por partida doble, a Panchito no he logrado que vaya a ver de primera mano las montañas más bellas de la Tierra, a pesar de ser, me consta, uno de sus más anhelados sueños. No pierdo la esperanza y volveré a intentar que se venga este verano al Karakorum. Pero sin embargo un día de invierno, cuando más introvertido y triste estaba, cuando ya había llegado el frío y el mundo me parecía más sórdido y ajeno que nunca, nos propusimos contar nuestras historias. Fue en una comida entre amigos que es, precisamente, el mejor momento para conspirar contra el mundo y no dejarte acorralar por la melancolía. Mejor dicho, hacer de ellas una SOLA historia, uniendo la esencia de lo mejor que tenemos y somos, que es nuestro corazón, la música y la aventura. Y por eso nos inventamos lo mejor que he hecho nunca en la radio.

Sebastián Álvaro con Pancho Varona y Alberto Granados en 'A vivir que son dos días'Gracias, muchas gracias, a nuestro amigo Alberto Granados, que participaba en la comida y fue pieza clave de la conspiración, y nos abrió su casa de “A vivir que son dos días”. Y aunque nunca diremos que las echamos de menos, si nos atrevimos a cantar y contar más de cien mentiras para no cortarnos de un tajo las venas. Para poder mirarnos al espejo todas las mañanas sin necesidad de recurrir a engañarnos, para seguir siendo un poco gamberros pero tipos honestos y leales. Para no tener, a pesar de tener más cicatrices que los soldados de los Tercios de Flandes, el corazón endurecido. Para poder seguir sintiendo, a pesar de que ya no tenemos veinte años, “bullir la sang” (y esta vez le pido perdón a Serrat por prestarme esta catalanada que, a lo peor, no está bien escrita), como cuando los teníamos…

En definitiva, para poder seguir sintiendo que todavía la vida merece ese nombre.

Sebastián Álvaro y Pancho Varona con el equipo de 'A vivir que son dos días'

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