Memoria de una mañana pasada en Sevilla (primera parte)

“Sevilla tuvo que ser, con su lunita plateada, testigo de nuestro amor, bajo la noche callada”. Tarareo en voz baja esta canción, casi sin saber porqué, igual que otras veces que vengo a Sevilla. Quizás sea de forma no consciente, o probablemente porque hace muchos años tuve una novia sevillana. Hay veces que, como canta Serrat en “aquellas pequeñas cosas”, los recuerdos te afloran en un cajón, en un rincón o en un papel, desde ese apartado de la memoria, sellado a cal y canto, al cual tememos entrar pues todos ellos fomentan la nostalgia de un tiempo que ya no va a volver. Y, en cualquier caso las “promesas de aquellos amores en el aire se han perdido”. Así que ni siquiera pienso en ello, aunque, me sorprendo, le dedique una reflexión fugaz a intentar recordar a aquel tipo que la cantaba allá por los años sesenta y que, creo, se llamaba Juanito Segarra, un catalán que cantaba boleros y que no conviene confundir con Joan Segarra, un jugador del Barça de aquella época.

La Giralda desde el Alcázar. Foto: Sebastián ÁlvaroEs la versión que más recuerdo, porque era la que oían mis padres, pero sé que la llegó a cantar también Miguel de Molina, exiliado en América, el famoso Luis Mariano, un español que también eligió Francia para vivir y el gran Antonio Molina, el de “Soy Minero”, aquel que cantaba reivindicando la dureza y la valentía de trabajar en la mina en unos tiempos en los que la vida en España era en tonos grises y, precisamente en las minas, se iniciaba la contestación de los obreros a la dictadura. Todos ellos fueron más famosos que su compositor, Carmelo Larrea, un bilbaíno que compuso grandes éxitos de aquella dura época del franquismo, como Camino Verde, lo cual no deja de ser curioso, pues tuvieron que ser un vasco y un catalán los que pusieran de moda, de la misma forma que la feria de abril de Sevilla, muchas de aquellas canciones que marcaron la historia sentimental de nuestro país en una época en la que los españoles para viajar y soñar sólo tenían unas pocas canciones y los cines de sesión doble…

El Archivo de Indias, en Sevilla. Foto: Sebastián ÁlvaroPero ni la melancolía ni la nostalgia son buenas compañeras para seguir caminando adelante. Y eso hago, paseo por estas calles estrechas y encaladas de blanco que siempre me han parecido hermosas y representativas del país al que pertenezco y que, curiosamente, tienen la cualidad de inspirarme más recuerdos que la plaza del Callao, la plaza de Atocha o las gordas de Botero de mi Madrid. Quizás porque, como a Machado, mi infancia también está unida a un huerto claro y la infancia es nuestra patria hasta el final. Aquellos recuerdos, como las dos cruces de la canción, quedaron para siempre en el monte del Olvido, de la misma forma que mi primera cota de malla contra las desdichas del corazón. A lo mejor el recuerdo no me viene de aquellos primeros amores sino de las caminatas por estas callejas donde, siempre que estoy en Sevilla, vuelvo una y otra vez: “Ay barrio de Santa Cruz. Ay plaza de doña Elvira, os vuelvo yo a recordar y me parece mentira…”

El interior del Archivo de Indias. Foto: Sebastián ÁlvaroMe parecen mentira, en efecto, las conexiones por las que se activa nuestra memoria y, a la vez, nuestras emociones y sentimientos, que nos persiguen hasta el final de nuestros días. Camino y disfruto de una de las ciudades más bellas del mundo, brillando ahora con ese esplendor que hizo de Sevilla el centro del mundo durante dos siglos. Dos siglos en los que el planeta cambió de forma incomparable. Nunca, ni antes ni después, se produjeron tantos y tan profundos cambios. Paseo, además, con una buena amiga, Genoveva Enríquez, historiadora con la que comparto pasiones y curiosidades sobre aquel trascendental siglo XVI español que, como todo lo nuestro, fue tremendo, excesivo, grandioso y terrible a la vez. Geno es la mejor de las compañías para hacer una visita breve en busca de esos rincones perdidos que apenas salen en las guías locales y que los turistas apresurados no suelen ver. Hago una visita rápida de la última exposición que hay en  el Archivo de Indias, uno de los mejores del país y que si estuviera en EE.UU sería vivero de las mejores películas de Hollywood. Aquí lo políticamente correcto es ocultarlo o no hablar, sino es para criticarlo, del periodo histórico en el más cambió el mundo, en el que ya nada volvería a ser como antes. Como si darle la espalda a nuestro pasado fuera posible. Podemos analizarlo o criticarlo, pero somos lo que fuimos…

El Archivo de Indias, una institución que sería la joya de la Corona en cualquier otro país. Foto: Sebastián ÁlvaroNunca hemos sido los españoles gente dada a la mesura y por eso Sevilla es así, grandiosa y estrecha, llena de señoritos y mendigos, como en aquel siglo retratado ferozmente por las plumas de Lope, Cervantes y Quevedo. Por aquí pasaba la plata de las Indias, (a pesar de la leyenda dominante apenas llegaba oro, unas 200 toneladas de oro por 17.000 de plata aproximadamente) camino de los banqueros alemanes y flamencos, para pagar las guerras de religión y las quiebras que los monarcas de la casa de Austria provocaron, mientras no se pagaba a los soldados que en Rocroy defendían, puestos en pie, la carga de la caballería francesa. Los más piadosos y los más pecadores. Burdeles y tabernas y “una sola librería”, como escribió ácidamente Quevedo (por otro lado asiduo de unos y de otras). Una exageración que nos ha marcado históricamente. Las primeras guerras civiles ya fueron en América, entre Pizarro y Almagro, entre unos y otros por el reparto de las riquezas, la gloria y la fama, como buenos aventureros y allí hemos seguido hasta, históricamente hablando, hace dos días. De aquellos polvos nos quedan reminiscencias que llegan a la modernidad, como bien dice Sabina, la de Triana contra la Macarena, Millan Astray y Unamuno, Joselito y Belmonte, Messi y Cristiano…

En la entrada de la Catedral de Sevilla. Foto: Sebastián Álvaro

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *