Estos versos finales del famoso poema de Bertold Brecht nos hablan de hombres, anónimos pero imprescindibles, como Abdul Karim. «Litle» Karim, el pequeño y gran, Karim.
Los recuerdo porque, un año más, aquí estamos en Skardú compartiendo charla y recuerdos. Creo que tengo sobrada experiencia para afirmar que Karim bien puede representar a uno de esos esforzados y anónimos cocineros del César que jamás figuran en las crónicas oficiales de las hazañas de sus jefes, en este caso, sobre la historia de la exploración y escalada de las montañas del Karakorum, que sería tanto como decir el lugar de altas montañas más bello y desconocido de la Tierra.
Sin embargo, pocos alpinistas se lo habrán merecido tanto como mi buen amigo baltí. Para los cronistas de montaña Karim no es un alpinista, es tan sólo un porteador de altura. Como si el hecho de ganarse la vida ayudando a otros alpinistas restase mérito y envergadura a sus increíbles logros en montaña. Pero algunos de los más grandes alpinistas -estos sí unánimemente reconocidos- como Chris Bonington o Reinhold Messner han sabido valorar y reconocer su extraordinaria capacidad de trabajo en montaña, su talento y sobre todo, su lealtad inquebrantable.
Por supuesto, a Karim todas estas disquisiciones le traen sin cuidado. Su prioridad, desde que nació, es sobrevivir en uno de los lugares más perdidos, duros y áridos de Pakistán. En este momento tiene a su cargo una mujer, siete hijos, trece nietos y cuatro nueras a los que cuidar. Y sacar adelante esta tarea en Hushé, la aldea del Baltistán donde nació y vive -como sus padres y como los padres de sus padres- no resulta en absoluto fácil.
¿Cómo se vive en Hushé?
Esta remota aldea de unas mil personas se encuentra escondida en la región norte de Pakistán, en pleno corazón del Karakorum, a unos 3.150 metros de altitud. En verano los nativos se contratan como porteadores en las expediciones. Los más fuertes y capaces realizan funciones de porteadores de alta cota, es decir, del transporte de cargas por encima del campo base, o como guías de grupos de ‘trekking’ por los valles y las montañas que tan bien conocen.
Pero esas actividades, sin duda las más importantes y gratificantes, sólo les ocupan tres o cuatro meses al año. El resto de su tiempo tratan de sacarle partido a un puñado de uros (vacuno mezcla de yak y vaca) y un poco de tierra donde toda la familia siembra trigo, patatas o guisantes durante los pocos meses en que las condiciones meteorológicas son un poco más benignas.
Malas condiciones
Porque en Hushé los inviernos son duros. Cinco meses, a veces seis, al año sus habitantes se quedan aislados por la nieve. Entonces unos pocos, como Karim, salen a cazar cabras Ibex, acompañando a cazadores occidentales que llegan a pagar 10.000 dólares por un permiso de caza. Ellas, y el huidizo Leopardo de las Nieves, se esconden en los valles más agrestes, en montañas a las que es necesario subir escalando y de las que algunos de sus compañeros no han regresado.
El Masherbrum, «La Montaña resplandeciente»
En ocasiones, los aludes barren cuanto se encuentran a su paso y el viento se vuelve feroz, debido a la cercanía del K1, el Masherbrum, «La Montaña resplandeciente», de 7.821 metros.
Ese es el duro territorio de los alpinistas y el animal que mejor simboliza este paraje al margen del mundo, el cruel, y bello, paisaje de la alta montaña. Cuando Karim te describe al esquivo felino, sus ojillos diminutos brillan con una especial intensidad. «Sebas algún día iremos juntos en invierno hasta allí arriba y verás con tus propios ojos al leopardo. Es muy bello…». Luego calla y deja la vista perdida en la lumbre que nos ilumina y nos atufa.
A la gente se le pone la piel negra por el hollín del fuego que arde en el centro de la cabaña donde esperan encerrados a que llegue el verano. El frío es tal que deben dormir todos muy juntos para poder guardar algo de calor y, claro -nos confiesa Karim entre carcajadas-, «al año siguiente hay otro niño en la casa». Son normales las familias, como la suya, de más de seis hijos, lo que ha provocado que cada vez sean más y las tierras para sembrar menos.
La rudimentaria pista que les comunica con el exterior se rompe al llegar el monzón y muchos años para ir al médico o comprar harina o hacer cualquier cosa necesitan varios días de dura caminata.