Porque no volver al Himalaya

Quiero compartir este artículo en mi blog porque creo que merece la pena. He abierto tantas veces la puerta de mi casa a mi buen amigo Iván Vallejo que ahora abro la puerta de esta casa virtual a una reflexión hecha al calor de su última experiencia en el Tíbet. El artículo está escrito hace unas semanas por Iván al regreso de su expedición al Everest por la cara Norte, de la que era jefe de expedición, y en la que, como un suceso absolutamente inhabitual, tres de los cinco miembros de la misma lograron subir a la cumbre sin utilizar botellas de oxígeno. Los otros dos, el propio Iván y una compañera, Carla, se dieron la vuelta a unos 8.700 m porque ella no se encontraba bien. Iván no tuvo ningún reparo en acompañarla de vuelta al campamento para que bajara mucho más segura en ese momento, renunciando a lo que hubiera sido su tercera ascensión al Everest sin botellas. Detalles así son los que dan la verdadera talla de un alpinista. Desgraciadamente, estos comportamientos, nobles y solidarios, comunes y corrientes hasta hace poco tiempo, hoy en día se han convertido en reseñables, constatando la pérdida de valores de una actividad considerada durante mucho tiempo “la aventura más cercana al corazón del hombre”.

Iván VallejoIván Vallejo es un alpinista ecuatoriano, pero ciudadano del mundo y, me consta, amante de España, de sus tradiciones y de sus gentes, fue el primer sudamericano en escalar las 14 montañas de más de ocho mil metros, buen amigo mío y aun mejor excelente persona. Uno de los tipos con el corazón más noble que conozco. Creo que con este preámbulo necesario podéis ahora disfrutar de unas reflexiones muy serias, puestas en boca de uno de esos tipos que tiene experiencia, sabiduría y autoridad moral para decir que no piensa volver al Himalaya…
Estas son sus razones.

 

Porque no volver al Himalaya (Iván Vallejo)

Tuve la posibilidad de escalar el Everest, sin oxigeno, por primera vez en 1999, en esa ocasión por el lado norte. Después de haber terminado mi proyecto de los Catorce ochomiles en 2008, me propuse como nuevo objetivo conformar un equipo con jóvenes ecuatorianos con quienes escalaría en las montañas del mundo y cuyo epílogo fuera la ascensión a la montaña más alta del mundo, sin la ayuda de oxigeno suplementario.

He trabajado tres años en este proyecto y el pasado sábado 25 de mayo tres ecuatorianos, apoyados por un servidor, llegaron a la cima del Everest, sin utilizar bombonas de oxigeno. Subieron a la cumbre Esteban Mena (23), Rafael Cáceres (31) y Oswaldo Freire (40). Carla Pérez llegó a unos 8.600 metros, también sin oxígeno. Yo les acompañé hasta 8.700 metros. Fue mi compromiso con mis compañeros y con este proyecto que he liderado por lo que volví al Everest.

Iván Vallejo. Foto: Sebastián ÁlvaroHoy cuando escribo este artículo me encuentro a diez mil metros de altitud, pero con oxigeno, presurizado, cómodo y calientito, en el vuelo de regreso a casa y he dejado pasar unos días mis sensaciones para poder ser mas objetivo en los comentarios a los que me quiero referir.
Acabo de regresar de una montaña y de un lugar que desconozco. Y esta desfiguración con la que me he encontrado obedece, sin temor a equivocarme, al lado malo que aportan las expediciones comerciales, tan en auge en los últimos años en el Himalaya y concretamente en Nepal. No quiero entrar en el debate ya desgastado de la justificación o no de dichas expediciones. Está más que conversado el lado bueno y el lado malo que tiene ese ejercicio, pero en mi opinión en este momento la balanza no está siendo equitativa y se está inclinando, peligrosamente, al lado de las complicaciones.

Acabo de regresar del Campamento Base del Everest, en la cara norte, es decir en la vertiente tibetana de la montaña, donde con mucha pena pude constatar que varias expediciones después de terminar su aventura dejaron el sitio que usaron como campo base convertido en un basurero. Con nombres y apellidos: una de las expediciones más numerosas fue de China, de aproximadamente una docena de miembros. Estos colegas, sin el menor reparo dejaron en el lugar que les acogió durante cuarenta y cinco días de expedición, toda suerte de desperdicios que se pueden generar en ese tiempo de estancia y con ese número de personas. Es una imagen desastrosa.

Campo III del Everest. Foto: Sebastián ÁlvaroLos Campos 2 y 3, ubicados a 7.700 y 8.300 respectivamente, lastimosamente con el tiempo, y ojalá me equivoque, a no más de dos años plazo volverán a ocupar espacio en la revista National Geographic con el triste titular «los basureros más altos del mundo». Es tremendamente lamentable la situación en dichos campos de altura pues son el depósito, y no exagero, de cientos de tanques de gas, de comida liofilizada, de carpas y bolsas de dormir abandonadas, utensilios de cocina, etc.,  amén de las huellas de heces fecales diseminadas por todo el reducido lugar del Campo 2.  Si a eso le añadimos que entre el Campo 3 y la cima hay cinco cadáveres en la vía, el panorama queda completo.
Otra imagen desastrosa.

Lo sucedido por el lado sur con  Uelli Steck  y Simone  Moro (*) tiene un solo adjetivo y en mayúsculas LAMENTABLE.

Indiferentemente de las causas que originaron el conflicto, que son ya de conocimiento público, estoy convencido que no se puede arreglar una desavenencia o un mal entendido como en la era de las cavernas, cayéndole a piedrazos al contrincante, envalentonados porque eran mayoría y dueños de casa. Y peor aun cuando semejante hecho ocurre en una montaña. Podría entender, sin justificar, que tal actitud pueda ocurrir en la vorágine de la jungla de la ciudad, habida cuenta de que el estrés obnubila a los marchantes y les lleva a semejantes desacatos. Pero en la montaña……en la montaña…? Jamás se me hubiera ocurrido tal barbaridad. Y lo que es peor ha sido contagioso, pues nos tocó vivir en carne propia.

Iván Vallejo con Ramón Portilla y Sebastián Álvaro en la Librería Desnivel.Precisamente por la gran afluencia de gente a la montaña el emplazamiento del Campamento Base puede resultar reducido en determinado momento y los expedicionarios nos vemos obligados a compartir espacio, quedando literalmente unos junto a otros. Pero ese no es el punto porque los montañistas somos gente ‘descomplicada’, que nos acomodamos fácilmente a las incomodidades. El tema en cuestión es que un miembro de la expedición adjunta a la nuestra, no sé si por error o por apuro, o por los dos, usó nuestro baño dejándolo en un estado lamentable. Lo lógico era plantear nuestro reclamo. Así lo hicimos, preguntando por el jefe de la expedición. Para sorpresa nuestra casi apenas haber iniciado el reclamo, el jefe de los sherpas de dicha expedición lanzaba un puntapié al pecho de Estaban con todo el ánimo de seguir la pelea y ser secundado por sus pares. Abrí los ojos como platos y me llevé las manos a la cabeza. No lo podía creer, la violencia era contagiosa, y con inmensa pena de mi parte porque en las veinte expediciones que he participado en el Himalaya mi concepto y opinión de los sherpas ha sido que se trata de unos seres humanos extraordinarios, fuertes, simpáticos, con sentido del humor y siempre amables. Lo único que me queda como  justificativo, ante esta actitud reprochable y lamentable, es que quizás el mal de altura y la falta de oxigeno, que nunca ha afectado a esa raza admirable, también les está haciendo mella, quizás, tal vez, porque el calentamiento global trae consigo esas consecuencias como regalo añadido.
Experiencia lamentable.

Everest. Cara Sur. Foto: Sebastián ÁlvaroCon las facilidades que prestan ahora las expediciones comerciales, ahora todo dios se apunta a un ochomil. Es cierto y estoy convencido de ello que la montaña no es propiedad privada de quienes practicamos el montañismo. En absoluto. Pero también es cierto que hay que tener un mínimo de respeto por el objetivo elegido y los peligros que eso conlleva. Por algo, por encima de los siete mil quinientos metros se llama «La Zona de la Muerte», esa designación no es un eufemismo, es real. Acabo, con mucha pena, de enterarme del desenlace fatal de mi colega Juanjo Garra en el Dhaulagiri, quien acusado por un accidente en el que se fracturó el tobillo a unos 7900 metros por encima de «La Zona de la Muerte»,  no pudo ser rescatado después de cuatro días de lucha infructuosa y hoy le lloran sus familiares.

El otro accidente fatal ocurrido, en el mismo Dhaulagiri, con la alpinista japonesa que estaba “coleccionando ochomiles”, obedeció a que se le acabó el oxigeno y hasta allí llegaron sus días. Estos dos accidentes los he citado como una simple muestra de lo serio que es el coqueteo con la muerte en las montañas más altas del mundo.

El ochomilista Iván Vallejo. Foto: Sebastián ÁlvaroMe parece que hoy en día, como resultado de la masificación y banalización, atrevidamente hay «aventureros» que dan por descontado el respeto que hay que tener por la montaña y no me refiero solo a los ochomiles, me refiero a todas las montañas, en cualquier parte del planeta. Estos días pasados en el Everest, no sabía si reírme o llorar cuando algunos miembros de una de las expediciones se enchufaban a la botella de oxigeno desde el Campo 1. Si. Desde el Campo 1. Por Dios, el Chomolungma (nombre tibetano del Everest) merece un poco de respeto.

Y para terminar. Estar en el Everest por el lado chino es estar en tierra de nadie.
Cuando uno contrata a las autoridades chinas los servicios para el ingreso al Campo Base, está estipulado el número aproximado de yaks que se necesitan para transportar la carga. Pero eso es lo que está en el papel, porque la realidad es triste, decepcionante y, desde luego, cabreante.

El Sr (por hacerle un favor) Oficial de Enlace designado por el gobierno es quien decide cuántos yaks se requieren para cada expedición y a parte de esa potestad, es la balanza de él la única que se puede usar para medir que las cargas no se pasen de los 40 kg acordados. Pues bien la historia es que mi expedición se bastó únicamente con 28 yaks, los acordados por el gobierno eran 21, por tanto debíamos pagar de siete yaks extras. El momento de hacer las cuentas el Sr. (por hacerle un favor) Zung Duo, el tal oficial de enlace, tuvo la desfachatez de pasarme la factura de veintidós yaks extras en lugar de siete, es decir cuatro mil cuatrocientos dólares, en lugar de un mil cuatrocientos, es decir ¡¡3.000 dólares extras!! Como ya sé de qué pata cojean me di el trabajo de tomar fotos de los 28 yaks que llegaron con la carga, pero de nada sirvieron mis argumentos, el se limitó a decir que él sabía cuantos yaks envió y punto. Uno puede hacer muy poco cuando el interlocutor tiene la sartén por el mango y entonces me sentí impotente, abusado y robado.

Con el argumento cierto de que nuestra expedición no era comercial y de que éramos un grupo de amigos creo que llegué a la única fibra de compasión que tenia y me soltó lo que esperaba: «Ok podemos hablar». Digamos que no me fue tan mal «la hablada» y en lugar de los cuatro mil cuatrocientos quedamos en dos mil quinientos dólares.
Jamás había negociado tan de frente con un timador.
Experiencia desastrosa.

La Cara Norte del Everest al atardecer. Foto: Sebastián ÁlvaroCon todo lo acabado de vivir y para ser consecuente con lo escrito, no regreso más a un ochomil en el Himalaya de Nepal, ni al Tíbet, lo que tenía que hacer ya lo hice y lo hice con dedicación, con cariño  y con compromiso. Pero volver a las montañas en esas condiciones… No, muchas gracias. Si lo hago será por aquellas montañas desconocidas o poco conocidas, y me queda, sin duda, el infinito universo de montañas de Pakistán, en la esperanza de que hasta allá el virus no haya llegado.
Un fuerte abrazo amigos.
Iván Vallejo.
EXPEDICIONARIO

 
(*) Uelli Steck, Jonathan Griffin y Simone Moro, muy reconocidos montañistas a nivel mundial, fueron agredidos por una docena de sherpas en el Campo 2 del Everest por el lado nepalí, por un mal entendido en la colación y uso de las cuerdas fijas. La información completa la pueden encontrar en desnivel.com

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