Nuestro viaje de retorno a la Edad Media nos hizo recalar en el Real Monasterio de Santa María de Santes Creus. Tras atravesar la magnífica plaza del pueblo, construido a su alrededor, nos perdemos por las estancias, claustros, capillas y salas de este impresionante monasterio que es el único incluido en la Ruta del Cister en el que no existe vida monástica desde el año 1835 como consecuencia de la desamortización de Mendizábal. Uno siempre creyó la versión de que la desamortización llevada a cabo a principios del siglo XIX por el gobierno liberal, había sido una medida progresista, inevitable y necesaria, que había beneficiado a las clases populares. Pero, a veces, “los nuestros” fueron peores. La verdad es que, a medida que he ido visitando lugares desamortizados la impresión que me ha quedado es que fue, como muchas otras llevadas a cabo por reaccionarios o revolucionaros, una completa chapuza. No sirvió para mejorar la vida del campesinado, que llegó a comienzos del siglo XX con todas sus reivindicaciones esenciales pendientes y sin embargo perdimos un patrimonio histórico incalculable.
El claustro de Santes Creus me conmocionó. Me pareció lo más bello e impresionante de todo el itinerario del Cister. Y casi de todo el viaje. Y desde luego ayudó a que pudiera estar un buen rato sólo paseando con parsimonia y disfrutando de la maestría de aquellos maestros constructores que levantaron iglesias, catedrales y monasterios impulsados por la fuerza de la fe y las ganas de prosperar. Todo en la visita del monasterio fue magnífico, excepto un audiovisual con un texto que parecía haber sido inspirado por la moderna plaga del nacionalismo de la “nueva Cataluña”, como se reivindica en el reportaje. Algo que sería una opción, pero claro que estamos hablando de hace más de 1000 años y del reino de Aragón… en fin cosas del país que tenemos y a las que, al menos yo, no hay que tomárselas en serio.
El recorrido histórico termina en Morella, impresionante fortificación construida en el centro geográfico de la Corona de Aragón y único castillo en muchos kilómetros a la redonda en manos de la corona, ya que todos los demás pertenecían a órdenes militares. Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, por entonces mercenario del rey musulmán de Zaragoza intentó conquistarlo sin éxito, aunque sí pudo capturar al conde de Barcelona, en una demostración de que la lucha entre musulmanes y cristianos nunca fue tan lineal como nos enseñaron en los colegios.
Todo el pueblo está amurallado, y surge en la lejanía en lo alto de un cerro que domina toda la zona. Sobresaliendo todo el conjunto, entre zarzas, matojos y derruidos torreones, se levanta una magnífica, y antiquísima construcción militar. El castillo, ya en tiempos más recientes, tuvo un importante protagonismo en las guerras Carlistas. Y prueba de ello es la estatua ecuestre erigida dentro del mismo en honor del general Cabrera, un importante líder carlista. Pero, a decir verdad, nada empañó nuestro paseo, empinado, y la visita a lo más alto del castillo desde el que se contempla no sólo todo el pueblo de Morella sino un impresionante paisaje que se funde con el horizonte. Es una bonita ascensión que requiere del caminante empeño y ganas, si quiere concluir con éxito y gozar de aquellas espectaculares vistas. Y, más aún, si quiere despertar las ganas de comer con la satisfacción del deber cumplido y el apetito avivado. Pues en Morella, además de todo, se come bien.
Dejamos las evocadoras piedras y nos dirigimos al parque natural Delta del Ebro en la desembocadura del río más caudaloso de la Península Ibérica, cuyo nombre deriva, precisamente de este. Los sedimentos arrastrados por la fuerza de su corriente, desde su nacimiento en la Cordillera Cantábrica, han creado una superficie de depositos de 320 kilómetros cuadrados. La verdad, es que iba con muchas expectativas y el Delta me defraudó. En este parque sólo el 20 por 100 son zonas naturales, el resto son superficies cultivables y urbanas. Pensaba encontrarme un paraje natural y sin embargo me encontré uno, básicamente, urbanizado y humanizado desde hace mucho tiempo. Probablemente sea lo lógico en un país tan viejo como el nuestro y en una zona cuyos primeros doblamientos se pierden en el tiempo. La sobreexplotación agrícola comenzada en el siglo XIX, las presas en el cauce del río, la erosión marina, la introducción de especies y los contaminantes acumulados amenazan el futuro de este magnífico delta, el tercero más grande del Mediterráneo. Me gustaría que en el Delta, y en otras muchas zonas protegidas, se pudiera dar un paso en el grado de protección y, en definitiva, en el grado de civilización de nuestra sociedad que no viene dado, no lo olvidemos, por nuestra capacidad de destrucción y/o modificación de nuestro entorno natural, sino, al contrario, por el grado de protección y cuidado del mismo. Y también por nuestra capacidad de solidaridad social, es decir de proteger y ayudar a aquellos que menos tienen y más lo necesitan. Eso es cultura también y los principales datos del desarrollo de una sociedad moderna. La verdad es que en todo eso pensaba mientras caminaba por las dunas viendo los cañaverales del Mediterráneo, que Serrat glorificó como pocos. Ojala no se termine convirtiendo en otro mar muerto. Y así, después de un baño de historia y arte, complementado con unas gotas de naturalezas y rematado con buenas viandas, mejores caldos, y larguísimas y apasionadas charlas entre amigos, volvemos a casa enriquecidos, a planear nuevos viajes que, inevitablemente, tendrán como destino nuestra geografía cercana, largas comidas e interminable sobremesas.
Y, entretanto, yo me voy al Karakorum, a poner tierra de por medio con la sobrina del riesgo, o la prima, que a veces de tanto repetir no sé ni cual es el grado de parentesco ni cual el grado de incertidumbre…