Sebastián Álvaro y Karim: Cara a cara con la muerte


En 1979
Karim fue contratado por una expedición francesa compuesta por Girardini, Segneur y Boivin entre otros, que iban al pilar sur del K2. No fue una buena expedición, con constantes problemas entre las muchas estrellas que iban como alpinistas. A esto se unió el mal tiempo para hacer fracasar la expedición. De hecho, y cuando ya había entrado septiembre, tuvieron que abandonar el campo base con nieve por la cintura.

 

in embargo, a pesar de no hacer cumbre, para el pequeño Karim ésta fue una expedición decisiva por dos motivos muy diferentes. Por primera vez logró atravesar la “Frontera de la muerte”: superó los 8.200 metros y nada menos que por el pilar sur del K2. Pero también conoció el lado amargo de la montaña. Recuerda con claridad cómo estaba subiendo por una pared vertical sujeto a una cuerda fija y a su lado iba otro porteador nativo del valle de Hunza  cargado con palos metálicos. De repente oyó un grito ronco y su compañero se desplomó. Un ataque cardiaco le había fulminado. Allí quedo colgado de las cuerdas balanceándose como un pelele sin que Karim pudiese hacer nada.

En 1986 volvió a vivir muy de cerca la tragedia. Él fue quien sacó, todavía vivo, de la grieta en la que había caído al gran alpinista Renato Cassarotto. Pero estaba tan malherido que unos minutos después falleció. Su esposa Goretta le dijo por el ‘walkie’ que lo volviese a depositar en la grieta. Viendo llorar a esta mujer sintió “como fuego en el estómago”.

 

El recuerdo de la siempre terrible experiencia de la muerte en la montaña es lo único que consigue borrar la sonrisa de los ojos de Karim. “He tenido grandes amigos que han muerto en la montaña. Muchos. No sólo Renato, también el matrimonio Barrard, que se quedaron también juntos al regreso de la cumbre del K2, y Wanda Ruckiewicz, que desapareció en el Kanchenjunga y George Bettenbourg, que le gustaba buscar cristales de roca… Muchos amigos muertos. A veces me siento muy viejo…”.

 

Entonces le confieso que yo siento lo mismo. Sentimos exactamente lo mismo que sienten los ancianos cuando ven desaparecer a las personas queridas que les rodean. En nuestro caso esas pérdidas han ocurrido mucho antes, pero han dejado el mismo poso de amargura.

 

En 1981 trabajó por primera vez para una gran expedición, japonesa muy numerosa y bien organizada, al pilar oeste del K2. Durante 22 días consecutivos estuvo trabajando entre el campo 2 y el campo 4, sin bajar nunca al campo base. Cuando tres miembros de la expedición, Otani, Yamashita y Nazir Sabir, se encontraban por encima del campo 5, a 8.050 metros de altitud colocando cuerda fija para intentar la cima al día siguiente, se quedaron sin provisiones.

 

Todo el trabajo de la expedición podía irse al garete por ese motivo, ya que si bajaban quizás ya no tuvieran más oportunidades. Karim, que estaba en el campo 3, oyó por la radio el problema y comprendió que el éxito de la expedición dependía de su decisión. Sin decírselo a nadie llenó una mochila con 20 kilos de víveres, gas y oxígeno y se lanzó a salvar los 1.000 metros de desnivel que le separaban del campo 5.

 

Llegó hasta allí exhausto, dejó la mochila y regresó a la tienda del campo 3 a esperar la comunicación de la tarde. Cuando los tres alpinistas de punta abrieron el walkie gritaban de alegría. La expedición se había salvado.

 

En efecto, dos días más tarde, al límite de sus fuerzas, lograron hacer cumbre Otani y Nazir Sabir. El tercer alpinista japonés, Yamashita, se quedó a tan sólo 50 metros de la cima. Todos hablaban de milagro hasta que el jefe de la expedición cayó en la cuenta de que sólo podía haber sido Karim, el pequeño porteador baltí. Al bajar le abrazó llorando.

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