Estos días buscando en el Archivo de Indias documentos sobre la expedición de Orellana me he emocionado al leerlos, al ver su firma y las de los soldados. Son documentos que te llevan a imaginar perfectamente las situaciones que tratan, el momento en que optan por seguir el curso del río en vez de volver atrás. Les imagino discutiendo en un pueblo de indios, el único que encontraron con comida, después de remar 200 leguas y muertos de hambre. Cientos de indios llevándoles maíz, y ellos diciéndole a Orellana que ni locos subían contra corriente adonde estaba Pizarro. O sea, el momento en que de facto se decide el descubrimiento de todo el Amazonas, por pura hambre, cansancio, miedo, imposibilidad de hacer otra cosa…. Orellana acepta y se lanzan río abajo. Con esa trascendental decisión se pone en marcha una de las exploraciones más asombrosas de todos los tiempos.
Hace unos años estuve en ese mismo lugar mirando desde un globo el río más caudaloso e impresionante de la Tierra: el Amazonas. Apenas llegamos a vislumbrar las dos orillas del río. La selva se extiende hasta el horizonte y aunque nuestra preocupación se centra en buscar un lugar al lado del río donde podamos ir a aterrizar, en el comienzo del vuelo nos quedamos ensimismados con este paisaje vigoroso, que te llena los ojos y el corazón. Es difícil describir con palabras algo que sólo puede comprenderse con los sentidos.
Realizamos con mi equipo una serie de vuelos en paramotor y en globo aerostático, uniendo las fuentes del Amazonas, desde la unión del río Marañón y el Ucayali, hasta la localidad de Francisco de Orellana, en la unión de Amazonas con el río Napo, que es por el que el capitán español descendió en 1541, hasta encontrar la corriente principal del Amazonas. Orellana sería el primer ser humano en lograr navegarlo hasta el mar del norte, como así era conocido el Atlántico, logrando hacer realidad la ansiada idea de los españoles de unir las tierras altas del Perú con el océano.
De nada bastaría decirles que es el río más largo, el más profundo y el más caudaloso del planeta: el agua que transporta hasta el océano Atlántico, a tres mil kilómetros de donde nos encontramos, representa el 17% de todo el agua dulce que se vierte a los océanos.
Uno de los hermanos Pinzón ya había descubierto en 1500 la desembocadura del río y, debido a ese fenómeno, en el que el agua dulce se interna en el mar centenares de kilómetros, le llamó “el mar dulce”. Pero ni siquiera estos datos pueden dar una idea de lo que se siente cuando se sobrevuela el Amazonas, una región de la Tierra tan diversa y desmesurada que desde que fuese descubierta para occidente por Francisco de Orellana en 1541 no ha dejado de sorprender y atraer la atención del resto de la humanidad.
Además de volar sobre la selva y el río del Amazonas, algo bastante delicado porque si te caes en el agua o en el interior de la selva el rescate es muy difícil, tratamos de rememorar la vida de este capitán ejemplar, que durante seis años estuvo obsesionado por esta región y en la que al final vino a morir en 1546. Su vida bien puede ser un símbolo de aquellos males que provocarían la ruina del imperio años más tarde. Su figura es un ejemplo de valor y lealtad. Las tareas que le encomendaron fueron llevadas a cabo con eficacia y prudencia.
Cuando partió con Gonzalo de Pizarro para el descubrimiento del país de la Canela y el Dorado, fue Orellana el que se comportó con nobleza y mientras el cruel hermano de Pizarro lograba enemistarse con los nativos, Orellana sólo entraba en combate para defenderse de las tribus que les hostigaban.
El fraile Carvajal, al que debemos un relato de primera mano de las peripecias que sufrieron durante el año que necesitaron para descender el Amazonas, hace especial hincapié en el valor que daba a la palabra, a pesar de ser valiente y hábil con el acero.
Orellana volvió a la península para contar al emperador Carlos la inmensidad de las tierras y el río descubiertos. Y también de la riqueza de aquellas tierras que ofrecían todo tipo de productos. A los burócratas de la corte les debió de parecer bien pero, igual que ahora, no le ofrecieron ni un sólo ducado para continuar su exploración y sus planes de colonización y asentamiento. Las guerras de religión en las que el imperio estaba metido (ya íbamos entonces para “reserva espiritual de occidente”) hacía que la economía fuera un desastre. Así que el pobre Orellana tuvo que pedir un préstamo a los genoveses, vamos una hipoteca, casi igual que ahora, para montar otra expedición que terminaría en desastre.
El capitán ejemplar sería enterrado al pie de un gran árbol, llorado por su joven viuda y sus hombres que le querían. La expedición terminaría sin haber comenzado y el Amazonas siguió siendo un misterio que, en buena medida, ha llegado hasta nosotros. Por eso, ahora que regreso a ese paisaje solemne y conmovedor, no dejo de acordarme de este descubridor que siempre tuvo fe en la aventura que se propuso y en el valor de la palabra.