Muchachas raptadas en la noche, yaks muertos de un brutal zarpazo, gigantescas huellas de pisadas en la nieve que se pierden en las montañas. El Himalaya está recorrido de un extremo a otro por historias como éstas contadas alrededor de una lumbre en las que el protagonista es un monstruo fabuloso todo cubierto de pelo y bípedo; una especie de simio antropomorfo tan escurridizo como peligroso. En la región pakistana de Chitral es conocido como “barmanu”, mientras que en el este de Tíbet le denominan “jemo” y en otros rincones “dremo” o “yeti”.
Para lo que quiero contar es importante saber que también hay osos en la zona del plató de Deosai y en el glaciar del Biafo. En este último lugar se han confirmado ataques de osos a unos porteadores, enfrente del Bullah Peak, y en un campamento base del grupo de los Latok. Es decir hay una base real para un ser imaginario.
Hace unos días mi amigo Abdul Karim me llevó a una pequeña cueva-abrigo, cercana a su aldea natal, Hushé, para contarme que ése era el refugio de una extraña criatura que raptaba mujeres de su aldea, algo que ya había leído en un libro escrito por Reinhold Messner y que se titula precisamente “Yeti”.
¿Realidad o ficción?
Este ser mitológico se propagó por el mundo entero, de la mano de los primeros exploradores y alpinistas occidentales que se adentraron en la cadena más elevada de la Tierra, convertido en “el Abominable Hombre de las Nieves”. El gran alpinista y explorador británico Eric Shipton aportó una famosa foto de una huella en la nieve similar a la de un pie humano pero mucho más grande, al lado de un piolet, prueba que vino a unirse a otros restos, como cráneos, trozos de piel y momias disecadas custodiados en diversos monasterios de la región, para dar verosimilitud a la existencia de este monstruo con evidentes y profundas connotaciones religiosas para los habitantes del Himalaya.
Todas estas pruebas, o la gran mayoría, cuando han sido analizadas con métodos científicos han descartado la posibilidad de que pertenezcan a ese gran simio, o “eslabón perdido”, que algunos ingenuos, y bastantes aprovechados, siguen buscando y reivindicando.
El gran alpinista Reinhold Messner ha dedicado mucho tiempo y energías a investigar este fenómeno zoológico después de su encuentro fortuito con un extraño animal en el Tíbet. En su libro titulado “Yeti”, y después de varios viajes sólo dedicados a la búsqueda del Yeti entre 1985 y 1998, Messner llega a la conclusión de que esta palabra sirve para designar un compendio de leyenda y realidad zoológica.
Es un nombre genérico para todos los animales más o menos monstruosos que alguna vez han vivido en el Himalaya. Pero también es la suma de las ideas alimentadas por las leyendas y los mitos locales a lo largo de los siglos.
Messner considera que lo más cercano al famoso “Abominable Hombre de las Nieves” que había encontrado en sus largas investigaciones fue un animal similar a un oso, disecado a la entrada de un monasterio lamaísta en el Tíbet oriental. En su opinión la parte de mito tal y como ha llegado a nosotros es fruto de la fantasía de los alpinistas occidentales. Y es probable que no le falte razón.
Testimonios que acreditan su existencia
Desde los osos de la región del glaciar de Biafo, en el Karakorum hasta los osos de la zona del Namche Barwa, en el Tibet oriental, hay una línea de argumentación que mezcla leyendas fabulosas con apariciones reales de personas que se toparon con algunos de estos grandes animales.
Alguna experiencia propia me hace reflexionar que posiblemente esta interpretación de Messner no esté muy descaminada. Escalando una afilada arista del Gyala Peri, en el cañón del Yarlung Tsangpo, varios alpinistas de “Al Filo de lo Imposible”, entre ellos Alberto Iñurrategui, se toparon con un oso enorme a unos seis mil metros de altitud. Afortunadamente uno y otros, oso y alpinistas, huyeron en dirección contraria.
El valle del Humbrok
He recordado todos estos hechos caminando por el sendero que asciende al valle del Humbrok, el valle más cercano a Hushé. Tenía que reconocer una gran montaña que tapona este valle, y quería ver si el glaciar que desciende de su cima era practicable, algo que me dejó desanimado debido a una temible cascada de hielo que convierte en inexpugnable esta vertiente. Habíamos subido con Abdul Karim, el famoso porteador del valle de Hushé, y su hijo Hanif, ya que deben ser dos de las personas que mejor conocen el valle. En particular Karim reúne escaladas y cacerías por todos los alrededores. Pero la parte que ahora más me interesa resaltar es que es uno de los últimos baltíes que atesora la tradición oral de su pueblo.
Los baltíes son un pueblo de orígenes tibetanos que hablan el baltí, una especie de tibetano arcaico y que, al no contar con escritura, transmiten sus recuerdos oralmente de generación en generación. Todo ello desde hace unos 400 años cuando una fuerte inmigración del Tíbet, debido a alguna hambruna o persecución, entró en lo que ahora es el Baltistán por diversos pasos y valles, entre otros el valle del Indo.
Karim me llevó a esta cueva al tiempo que nos contaba una historia, transmitida de padres a hijos, de como un animal de las características de un yeti había raptado a una joven de la aldea y se la había llevado a las montañas. Los lugareños estuvieron persiguiendo al animal durante años hasta que al final pudieron dar con él y lograron rescatar a la mujer. El final del cuento tiene una historia triste porque dicen que los rescatadores acabaron con la progenie de aquel yeti tirando a sus hijos, mitad humanos mitad bestias, ahogándolos en el río Hushé.
Es una leyenda más que enriquece este personaje mítico. Como afirma el propio Messner, su trabajo no ha pretendido tocar el mito del “Hombre de las Nieves”. Esa leyenda debe seguir enriqueciendo el aura del Himalaya y el Karakorum, porque el mito siempre es más fuerte que la realidad.
Al final, al menos a mí, lo que interesa y fascina no es tanto la realidad como las buenas historias. Por eso, la leyenda de Shangri La, el paraíso ideal rodeado de altas montañas en una cordillera perdida de Asia donde reina la felicidad y las personas no envejecen, logró desplazar incluso al Fausto de Goethe.
Necesitamos creer, de ven en cuando, en los mitos imposibles, en las hitorias que nos hacen dormir pensando en ellas. Y desde luego ésta del Yeti es de las mejores.