Una muñeca en la cima del Chogolisa

No hay lugares en el mundo que superen la extraordinaria grandiosidad del Karakorum. En un espacio relativamente pequeño, si lo comparamos con las dimensiones del continente euroasiático, de tan sólo 485 kilómetros de largo por 155 de ancho, se concentran las mayores montañas del mundo, los mayores desniveles, los cañones más profundos, y todos ellos rodeados, como fronteras naturales, por los ríos más turbulentos y desiertos de memoria tan amarga y antigua que te avisan que “si entras no saldrás”.

 

Pero hay cosas grandes que no conmueven, espacios yermos que aterran más que apasionan. Sin embargo el Karakorum rezuma emoción, belleza y grandiosidad por todos los poros de sus paisajes. Por eso resalta todavía más la belleza de aquella montaña, el Chogolisa (7654 m) que supera la de otras muchas del Karakorum, aunque su altitud no supere los míticos ocho mil metros. Quizás sea esa forma peculiar, asemejando un tejado, la razón por la que fue intentada por mitos del alpinismo como el Duque de los Abruzos o Hermann Buhl y Kurt Diemberger. Aunque a uno de los pioneros, Martín Conway le pareciera el velo gigante de una novia y por ello la dio el nombre de Bride Peak en su expedición de 1892. Subiendo el ala delta al Chogolisa. Foto: Sebastián Álvaro

Desde la primera vez que vi el Chogolisa rondaba en mi cabeza con el aura de una gran aventura pero no fue hasta el verano de 1986 cuando por fin pude organizar una expedición con su cima como uno de nuestros principales objetivos. Era uno de ellos porque había decidido acometer las mismas montañas, Broad Peak y Chogolisa, que intentaron en 1957 los austriacos Buhl y Diemberger y que terminaría desgraciadamente con la desaparición de Hermann Buhl, “Buhl el del Nanga”. Me apasionaba aquella triste historia, que todavía hoy me conmueve, que unía el Nanga, el Broad y el Chogolisa a través del tiempo.

 

Entrevistando a Karl Herrligkoferr, el jefe de expedición de 1953 al Nanga Parbat. Foto: Sebastián ÁlvaroEl solitario Hermann Buhl había sido el primero en escalar el Nanga Parbat, la Montaña del Destino de los alemanes, recorriendo su última parte en completa soledad, también había ascendido al Broad, siendo el primero en subir dos cumbres vírgenes de ocho mil metros y el primero en intentar una montaña tan alta como el Chogolisa en estilo alpino puro. Lamentablemente el mal tiempo les hizo retroceder cerca de la cumbre y en el regreso una cornisa cedió bajo su peso y el vencedor del Nanga se perdería en el pavoroso abismo de la cara norte del Chogolisa.

 

El grupo de 1986. Foto: Sebastián ÁlvaroQuería revivir esa tremenda aventura, seguir los pasos del gran Hermann Buhl.  Además, por si no fuera poco atrevimiento enfrentarse a un ochomil y a una montaña de 7.654 m (que sólo había sido escalada en una ocasión por un grupo japonés que había utilizado botellas de oxígeno en 1958), embarqué, en todos los sentidos de la palabra, a Guillermo de la Torre para que intentase volar con su ala delta desde su cima. Además elegimos como ruta de ascensión la arista nordeste, nunca antes intentada, y en un estilo muy ligero. Como me decía hace unos días Ramón Portilla, uno de los amigos de aquella aventura, “hoy no podríamos hacerlo, no nos atreveríamos”. Pero entonces éramos más jóvenes, y probablemente más audaces, y culminamos una escalada fuera de la común, entonces y ahora, de cuya envergadura no fuimos del todo conscientes en aquel momento.

 

Guillermo recién aterrizado en el campo base después de su vuelo en el Chogolisa. Foto: Sebastián ÁlvaroY también Guillermo consiguió despegar, cerca de la cima, a unos siete mil metros, en lo que él mismo describió como “el vuelo de mi vida”. Al día siguiente de que hicieran cumbre José Carlos Tamayo y Félix de Pablos, lo lograron Ramón Portilla y Gregorio Ariz, un navarro que se había unido a nosotros después de tener un problema burocrático que le impidió ir al K2 con dos amigos y que acaba de publicar un libro titulado “La muñeca del Chogolisa” inspirado en aquella expedición.

 

Ramón en la cima y en primer termino el dictado y la muñeca envuelta en una tela blanca. Foto: Sebastián ÁlvaroMientras hacían fotos y disfrutaban de la cumbre, Ramón se encontró con una muñeca. Sin duda la habían dejado allí los japoneses 28 años antes, justo la edad de Ramón por aquel entonces. Así que no dudó en querer llevársela. Pero Gregorio le convenció de que no lo hiciese para no incomodar a los japoneses. En las fotografías de cumbre, que estos días he estado mirando con detenimiento, puede observarse un trozo de tela blanca en la que estaba envuelta aquella muñeca que, años más tarde, se pregunta Gregorio si no fue fruto de su imaginación, si existió realmente.

 

El dictado de mi hijo Javier, en la cumbre del Chogolisa. Foto: Sebastián ÁlvaroAunque ahora la pesa aquella decisión, lo cierto es que Ramón accedió al ruego de su compañero de cordada y dejó junto a ella algo muy especial para mí: el primer dictado escrito por mi hijo. En aquellos tiempos, en los que no había teléfono satélite, todas las noticias que nos llegaban venían de la mano de otros porteadores que muy de vez en cuando nos traían las cartas que nos mandaban nuestras familias. Aquel dictado, escrito con letra redondita y cuidada, tenía como título “Las hormigas” Me pareció que era lo mejor que podíamos dejar en aquella cumbre que había estado en completa soledad durante tantos años.

Gregorio en la cima del Chogolisa. Foto: Sebastián ÁlvaroPero lo que no había ocurrido en 28 años pasó aquel verano y pocos días después unos británicos hicieron cumbre también, bajándose el dictado de mi hijo. Esto es seguro porque llamaron a casa para hablar con Javier, que tenía entonces cinco años, porque estaban preparando un libro sobre su expedición. Desgraciadamente uno de ellos se mató escalando poco después y nunca pudimos hablar de aquel dictado y de lo que Ariz califica como el misterio del Chogolisa: ¿Se bajaron también la muñeca japonesa o sigue allí?

En Urdukas con el fondo de las Torres de roca más bellas de la Tierra. Foto: Sebastián ÁlvaroAquel misterio que ronda ahora en la cima de una de las montañas más bellas del Karakorum pienso que nos perseguirá toda la vida. Sobre todo a mi amigo Ramón Portilla. ¿Se atreverá a volver a por ella…?

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