Ventotene, un paseo por la historia de italia

Describir la belleza de una pequeña isla del Mediterráneo es siempre una empresa ardua al menos para tipos que, como yo, siempre añoran el mar y tienden a idealizarlo porque somos de tierra adentro. Hace unos meses estuve en Ventotene, una isla perdida del Adriático, en una escapada de un par de días, gracias a mis amigos romanos, María y Fabio que, como siempre, se esfuerzan por enseñarme sitios ocultos a la primera mirada rápida de los turistas. La verdad es que desde hace 25 años nos une ese tipo de amistad que no destruye ni la distancia ni el tiempo y que seguimos cultivando por muchas partes del mundo y, siempre, entre Roma y Madrid varias veces al año.

Ventotene. Foto: Sebastián ÁlvaroConocí a mis amigos italianos en un destartalado autobús chino camino de Kashgar. Corría el verano de 1987 y era la primera vez que se abría la frontera del Xinjiang a los extranjeros. En ese autobús compartimos avatares diversos, además de risas, algo de fiambre, español e italiano, y esa pasión viajera que nos lanza a algunas personas a dejar comodidades, hogar y amores, abandonar seguridad y confort, por una vaga promesa de aventura escondida en ese apartado de los mapas donde se pierde la imaginación. Es ese tipo de pasión que Kipling registró magistralmente cuando dijo que sólo hay dos clases de hombres: los que salen a viajar y los que se quedan en casa a ver pasar la vida por debajo de la ventana. Ni mis amigos italianos ni yo somos muy dados a quedarnos en casa. Por eso, cuando no compartimos viajes en lugares perdidos, como el Taklamakán o el Karakorum, quemamos nuestra pasión compartiendo y descubriendo rincones como Ventotene o Nerín. Es decir pequeños escondites donde todavía el visitante se siente más viajero que turista

El Tíber en la desembocadura al mar. Foto: Sebastián ÁlvaroCon ese desorden emocional que, en mi caso, remueve mi alma y mi cabeza al compás de canciones y paisajes, nos montamos en un barco que une la costa con las dos pequeñas islas, Ventotene y Santo Stefano, que han seleccionado mis amigos romanos. Poco antes nos han ido a buscar al aeropuerto de Roma, hemos dormido unas pocas horas en su casa y hemos cogido el tren que une Roma y Nápoles. Son dos islas que pertenecen a la región de Lazio, aunque se encuentren más cerca de Nápoles. Descendemos del tren, repleto de gente, en Formia, a unos 160 km de Roma y nos dirigimos al puerto. Hace buen día así que, algo abrigados porque sopla un viento muy fresco, nos ponemos a tomar el sol en cubierta.Antiguo puerto romano en Ventotene. Foto: Sebastián ÁlvaroSituadas en el mar Tirreno, cerca de la isla Ischia, el rumor de las olas me trae envuelta, inevitablemente para mi, una bella y antigua canción italiana que oía de niño y que se repite en ese zona de los lóbulos frontales donde se esconden las emociones: “Maruzzella, maruzze, tus ojos son de verde mar… la mujer que me dio el sí hoy de pena me hace morir”. Aunque Maruzzella es caracolita en italiano, se cuenta que esta canción estaba dedicada a la mujer de Renato Carosone, a la que llamaba de esta forma cariñosa. No es una canción que oiga mucho, pues ya hace años que pasó de moda, pero sin embargo, igual que todas las cosas que nos emocionaron de niños, nunca olvidaré y que los que tenemos cierta edad conocemos muy bien.

Ventotene. Foto: Sebastián ÁlvaroComo mi amigo Antonio García de Diego, el guitarrista que acompaña desde hace muchos años a Joaquín Sabina. Cuando estaban grabando el álbum “Alivio de luto”, mis amigos Antonio y Pancho Varona me invitaron a estar presente en el estudio de grabación. Llegué con una amiga justo cuando Antonio estaba grabando alguna guitarra en la canción “Dos horas después”. Quería meter unos acordes con su guitarra portuguesa, (eso que el vulgo conocemos como laud y que en Italia no estoy seguro de que se llame mandolina) y antes de meterse en el estudio me dijo: esto te sonará a esas canciones italianas de cuando éramos niños. Da la casualidad de que en la canción que estaban grabando hay una estrofa de Sabina que dice: “y el mundo es un hervor de caracolas”. Así que es probable que en ese inconsciente-conscie​<!–nte que todos tenemos dentro, haya ligado esas dos melodías en mi cabeza y cada vez que oigo la canción de mis amigos, sin querer, recuerde mi infancia y esa hermosa canción italiana sobre una peligrosa mujer de ojos verdes como el mar, que nos hace sufrir… 

Camino de Ventotene. Foto: Sebastián ÁlvaroAunque el que ha cantado esta misma temática es Fito (¿debe ser porque hay muchas mujeres de ojos verdes, malas cómo el veneno y que se dedican a hacer morir de amor a los hombres? sino no entiendo tantas canciones sobre malas mujeres que nos hacen padecer, desde el fondo de la traición de sus almas negras y sus ojos verdes) Canta Fito Fittipaldis, “Soldadito marinero”, que sería una especie de remake y puesta al día de Maruzella. Aunque, en este caso, la canción de Fito es más explicita y cuenta, con detalle, los motivos por los que esa sirena de ojos verde mar, hace morir al marinero: “Cuando conoció a Mariela, que tenía los ojos verdes y un negocio entre las piernas. Hay que ver que puntería, no te arrimas a una buena”. Hasta el nombre, Mariela, y los ojos verdes de la protagonista evocan la canción popular cantada por Carosone.

Puerto de Ventotene. Foto: Sebastián ÁlvaroDesembarcamos en el puerto de Ventotene donde atracan los barcos grandes, pero para acceder al pueblo tenemos que recorrer el pequeño puerto romano, excavado en la roca volcánica y mucho más resguardado. Me cuentan mis amigos italianos una anécdota tan propia de nuestros países. Cuando fue a inaugurarse el puerto nuevo por las autoridades, con toda la pompa y boato que ocasiones así reclaman, una fuerte tormenta desguazó el acto y las nuevas obras, mientras el puerto romano de toda la vida, pequeñito, excavado en la roca volcánica y resguardado de la furia del mar, quedaba indemne. Curiosidad ejemplarizante, a favor de la cultura del imperio romano, que se va a repetir en los próximos días.

Ventotene. Foto: Sebastián ÁlvaroSubimos caminando hasta una pequeña casa rural donde dormiremos las siguientes dos noches. Está en lo alto de un montículo dominando las huertas que se extienden hasta el mar. Ventotene cuenta con una población estable de unas 200 personas que se multiplican en periodos festivos y vacacionales. Además del turismo, muy escaso en la época primaveral cuando yo la visité, los lugareños viven de una agricultura muy ecológica y respetuosa. Toda la isla se asienta sobre un terreno volcánico, es decir fértil, en el que sobresale el cultivo de lentejas, muy pequeñitas y sabrosas, con las que se cocinan numerosos platos típicos, que cobran a precio de oro. Es uno de los símbolos de la nueva economía de la isla.

Ventotene. Foto: Sebastián ÁlvaroPero las islas de Ventotene y la muy cercana de Santo Stefano, han pasado a la historia por dos construcciones fundamentales: las Cisternas romanas de la primera y el Presidio borbónico de la segunda. Las cisternas fueron construidas para proporcionar agua potable a la población que habitaba la isla en tiempos de la villa romana construida por Augusto y luego utilizada por su hija Julia que fue desterrada a estos parajes. Como la isla es volcánica y muy pequeña, sin fuentes ni cursos de agua, los constructores romanos idearon, diseñaron y construyeron una formidable instalación que hoy sería un modelo ecológico y de desarrollo sostenibleCisterna romana de Ventotene. Foto: Sebastián ÁlvaroCon materiales recabados en la zona, desarrollaron una especie de cemento de alta resistencia y flexibilidad, que aguantaba terremotos de hasta 7º en la escala de Reichter. El agua era recogida por esta superficie que la mandaba a unas cisternas enormes, excavadas como túneles en el subsuelo, y que luego era transportada al pueblo principal a través de unos conductos subterráneos y acueductos. Las cisternas fueron abandonadas y luego utilizadas como cuadras y cárcel en diversos periodos históricos. Se pueden visitar bajo pedido, y lo hacen guías de una asociación popular, que lo hacen desinteresadamente pues su finalidad es conservar el patrimonio histórico de las dos islas. La hora pasada visitando los túneles excavados en la roca, es de las mejores pasadas en Ventotene. En sus paredes se puede pasear por la historia italiana, viendo pinturas y escrituras de muy diversas épocas, que reflejan las vicisitudes y prosperidades de esta isla que vivía, hasta no hace muchos siglos, al margen de la península.

Ventotene, un paseo por la historia italiana. Foto: Sebastián ÁlvaroHoy, paradójicamente, Ventotene no utiliza este sistema de captación de agua potable, perfectamente compatible y ecológico. El agua viene en buques cisternas desde Nápoles, consumiendo combustible y medios desproporcionados. En los días que estuve en Italia mis amigos me contaron que había un debate abierto sobre la incongruencia de que el agua del norte de Italia se consumiera en el sur de la península, y la del sur en el norte y así sucesivamente, imponiendo un sistema perfectamente kafkiano y rentable sólo para algunos grupos mafiosos. Algo que seguro también nos afecta a nosotros, al respecto de si debiéramos reflexionar sobre el tipo de desarrollo que tenemos. Las cosas que se hacen mal se terminan pagando. Y no está de más preguntarse porqué los romanos eran más inteligentes, eficientes y ecológicos que nosotros…

El resto del día nos dedicamos a caminar por la isla. Sobre todo por las playas a las que se accede desde el pueblo. Como tiene unas dimensiones tan reducidas, de unos 5 kms de perímetro, se puede recorrer caminando de punta a punta, pero echamos de menos un sendero que siguiera todo el borde marino, pero al parecer, según nos contaron los guías, las propiedades privadas y zonas muy inestables con riesgo de caída de piedras no lo hacen posible. Así que caminamos por las playas que podemos y visitamos las piscinas construidas al borde del mar, también por los romanos, al modo de piscifactorias que les proporcionaban pescado todo el año, que estaban abiertas al mar al subir la marea y por eso eran sostenibles y más naturales que las actuales. Luego, al caer la noche, nos fuimos a degustar la cocina local, a base de lentejas, alcachofas y el delicioso pescado capturado por los pocos pescadores que quedan en el pueblo y que se dedican a la pesca tradicional.

A la mañana siguiente ya habíamos quedado con una zodiac y un guía local para ir a visitar la isla situada a pocos minutos de Ventotene. En la actualidad Santo Stefano está deshabitada, aunque se accede en barca desde Ventotene en unos pocos minutos si la mar no está brava. Tuvimos la suerte de contar con la mar en calma y en seguida desembarcamos. Primero, al pie del pequeño puerto, una breve explicación general de la isla y luego caminamos por un sendero muy empinado que era el mismo que debían recorrer los presos que llegaban hasta aquí. Supongo que su primer pensamiento que tuvieron al subir esta cuesta y ver el horizonte rodeado de agua es que, al igual que en el infierno de Dante, “den por perdida toda esperanza los que entren aquí”. El presidio, mandado construir en periodo borbónico, a finales del siglo XVIII, pasó por varias fases y sucesivas transformaciones, y sirvió de cárcel hasta bien entrado el siglo XX, hasta que en 1964 se clausuró. Desde entonces la prisión se abandonó y hoy se encuentra en ruinas. Una asociación de voluntarios del pueblo de Ventotene trata de que no se pierda y hace visitas guiadas a ver esta isla solitaria y su enorme y curiosa construcción.

En principio fue una cárcel adelantada a su tiempo porque el propósito de los Borbones era rehabilitador. Luego, como la propia historia de Italia, sus usos fueron cambiando dependiendo de los gobernantes. El presidió fue acogiendo desde presos comunes a políticos, de la época fascista, entre los que destaca el que luego sería presidente de la República italiana Sandro Pertini, que tiene una placa conmemorativa a la entrada de la cárcel. Este insigne preso socialista italiano, que fue uno de los presidentes más querido por los italianos, se hizo famoso también entre nosotros por la naturalidad con la que celebró en el palco los tres goles que metió el delantero Paolo Rossi a Alemania en la final del mundial de futbol celebrada en Madrid en 1982.

Visitamos con calma la construcción, siempre siguiendo las instrucciones de nuestro guía, que se muestra prolijo en sus explicaciones hasta el mínimo detalle, porque hay muchas zonas que amenazan ruina y puede caerse algo de las zonas altas. Nos explica que el presidio fue construido con forma de letra Omega, es decir circular pero abierta por un lado, para de esta forma poder ser vigiladas todas las celdas desde una torre central. Desde esta torre los carceleros podían dar órdenes a los presos pues actuaba como un amplificador y las órdenes que se daban desde la torre eran escuchadas fácilmente desde las celdas, de unos 16 metros cuadrados, donde se hacinaban hasta diez personas. Remata su explicación diciendo: “Era un control físico pero, al tiempo, un control psicológico”.

Luego el tiempo que nos quedaba libre nos dedicamos a visitar el resto de las construcciones que rodean el presidio. Al final llegamos al cementerio, desde donde se domina, al pie del acantilado, el horizonte azul y las construcciones de Ventotene. Pienso que no es un mal sitio para descansar, ya al final. No se que pensarían los presos que se dejaron la vida en este sitio. Ni tampoco si este azul profundo, o el brumoso de ayer al lado de la playa, tiene algo que ver con ese verde traicionero de mis canciones infantiles y de las canciones de Fito. No lo se, pero tampoco me interesa. En lugares así no te reconcilias con los ojos de las mujeres que amaste, te reconcilias con el mar y con tu infancia, esa patria que nos acompaña hasta el final.

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