De todos los grandes escaladores del pasado siglo, Bonatti sintetiza como pocos los valores esenciales de este noble deporte: la pureza y la estética deportiva, la exigencia personal y el compromiso con la incertidumbre y el riesgo, y sobre todo con la ética indispensable que debe ir asociada a las actividades en la montaña.
Aunque se pueda decir con justicia que el historial deportivo de su compatriota Reinhold Messner es superior, sin embargo la cantidad y calidad de sus empresas alpinísticas, realizadas quince años antes, de sus viajes y exploraciones, de sus grandes aventuras, son de tal calibre que todavía hoy constituyen un punto de referencia indiscutible. Y lo es aun más su pensamiento que ha marcado a generaciones de montañeros.
La figura de Walter Bonatti es esencial para entender el alpinismo y la aventura de hoy en día, a pesar de que no hubiese escalado ninguna montaña de ocho mil metros. Pero la escalada del famoso pilar oeste del Dru, realizada en solitario en 1955, la cara norte del Cervino, su dramática aventura en el pilar central del Freney, en 1961, la expedición del K2, en la que cargó con las botellas de oxígeno de sus compañeros, o la temible escalada de la más bella montaña del Karakorum: el Gasherbrum IV (7.925 m), sin repetir hoy en día, cuentan más y han tenido mucha más trascendencia que la gran mayoría de ascensiones que hoy se realizan en el Himalaya.
Pero también sus fotografías y exploraciones, del Amazonas a la Antártida, cuando aún casi nadie los había descubierto como nuevos terrenos de aventura. Muchas personas, entre las que me encuentro, alimentamos nuestros sueños con las aventuras de Walter. Muchos alpinistas jóvenes ansiábamos ser Bonatti, sin saber que Bonatti sólo había uno y que era, hoy lo sabemos con certeza, una figura irrepetible. Y es que ha habido muy pocos hombres que hayan podido pasar a la historia de las montañas, de la aventura, no sólo por la dificultad de aquellas escaladas que efectuaron, por la belleza y dificultad de las montañas que eligieron, por la audacia y el coraje que demostraron. Sino por la coherencia de su vida que es el mayor legado y ejemplo que un alpinista, una persona, puede dejar tras de si.
Sin embargo su vida no fue fácil. Nacido en el seno de una familia modesta, en el valle del Po, siempre supo poner su mirada en la montaña. En el último documental que hice me confesó que él se consideraba “hijo del valle, del río”, por eso le pusimos el título de “El hombre llegado del río”, uno de los mejores trabajos que he realizado para “Al Filo de lo Imposible”, con un montaje espectacular de mi amigo Fernando Guerra. Gracias a su fortaleza y audacia comenzó a destacar enseguida y a pesar de su juventud (era el más joven del grupo) logró que le seleccionaran para el grupo italiano que llevaría a cabo la primera ascensión del K2, con sus 8.611 m de altitud, la segunda montaña más alta de la Tierra, pero sin duda la más dificil, comprometida y prestigiosa del planeta.
A pesar de su esfuerzo, después de la escalada del K2 no se reconoció su papel vital, esforzado y solidario, en la conquista de la montaña más exigente y prestigiosa de la Tierra y además tuvo que hacer frente a una campaña insidiosa. De nada valieron las hazañas alpinistas que Bonatti llevó a cabo entre 1955 y 1965, que le convirtieron en uno de los más grandes alpinistas de todos los tiempos. Una buena parte del aparato del Club Alpino Italiano (CAI), y algunos medios de comunicación en Italia, seguían poniendo en duda su aportación vital para la conquista del K2. Pero Bonatti estuvo peleando cincuenta años por su honor, fue un incansable luchador tanto en la montaña como en la vida, al final el CAI no tuvo más remedio que rehabilitar su figura y su actuación en la escalada. Bonatti, con cierta ironía amarga, les contestó que él no necesitaba rehabilitarse, quienes lo necesitaban eran ellos. Fue el triunfo de la honestidad frente a la mentira, de la ética frente al aparato del poder.
Detrás de sus escaladas, sus artículos, sus viajes, muchos fuimos madurando intentando seguir el ejemplo de su vida: siempre más alto, más difícil, más lejos. Siempre arriesgado, bello, y con honestidad. Cuando un día me propuse hacer un programa de televisión, al que bauticé como “Al Filo de lo Imposible”, puedo confesar, con cierta humildad, que intentaba seguir las huellas Walter Bonatti. El que años después me contara entre sus amigos es una satisfacción que puedo lucir con orgullo. Hace dos años, en la última entrevista que le hice, me confesó que él hoy no sería alpinista, porque la proliferación de medios técnicos y botellas de oxígeno había “la muerte del escalador”. «No es sólo un hecho material, es un hecho psicológico. Los alpinistas de hoy viven su propio tiempo, perfecto. Pero no han conocido la dimensión del alpinismo clásico. Para ellos va bien así. Muy bien. Les tiene que ir bien a ellos. A mí no me va bien. Soy un hombre de otros tiempos y prefiero estar en mis tiempos. Antes se medía al alpinista por su capacidad de sufrimiento, su tenacidad, de acometer el riesgo. Si tú conseguías pasar, te habías superado a ti mismo, y, si no, volvías. Tenías la humildad de decir: no he pasado. Ahora ya no existe eso. Sólo el triunfo, falso, y la gloria, que no valen nada. ¿Y al final qué has conquistado? Has subido una roca, pero no has conquistado tus límites, no has conquistado nada, no has superado lo imposible, ni sientes la fascinación por la superación de lo imposible…» Puedo afirmar que la historia de la aventura ya no será la misma sin uno de sus mejores alpinistas, grandes personajes y una de las mejores personas que he conocido en el mundo de las montañas.
En 1965, harto de las polémicas desatadas en su país, realizó su última gran escalada, la cara norte del Cervino en invierno y en solitario, y se retiró del envidioso mundo que le perseguía cuando sólo tenía 35 años y hubiera podido seguir escalando muchas montañas. Su temprano eclipse bebía del mismo silencio de esos grandes artistas, contemporáneos suyos, que lo abandonaron todo en plena juventud: la actriz Greta Garbo, el ajedrecista Bobby Fischer o Jacques Brel, que se retiró de la canción en 1966, a los 40 años. Tal vez aquel mundo complejo, que estaba gestando el que vivimos actualmente, ya no se merecía ni otra canción de Brel ni otra escalada de Bonatti. Sin embargo con su retirada del alpinismo de dificultad, Bonatti sólo estaba abriendo nuevas puertas a la imaginación y a la aventura. Nuevos territorios, nuevas actividades y exploraciones, nuevas aventuras, donde Walter iba a tomar contacto con la naturaleza salvaje, de una forma respetuosa, limpia. A partir de 1965 el universo de Bonatti se amplia. Entonces además de montañas, su cámara nos enseña junglas impenetrables, desiertos, mares, tribus desconocidas… Y lo hizo con una sensibilidad que nos emociona y que nos hace recordar aquel extraordinario mundo que él si tuvo la suerte de vivir. Detrás de esa mirada curiosa podemos descubrir al hombre que durante toda la vida eligió la dureza de la vida vivida con incertidumbre frente a la comodidad de la certeza, la curiosidad de adentrarse en lo desconocido frente a la estabilidad de lo conocido y el confort de lo reglado, la audacia y la ilusión del principiante, frente a la instalación placentera con lo que se ha hecho. En una palabra: al aventurero, que nunca se está quieto, que siempre se arriesga, a pesar de que allí se pueda fracasar, porqué ahí es donde se siente vivo. Que la tierra te sea leve, amigo.
Un gran programa inspirado en un gran hombre. La misma expresión » Al filo de lo imposible » la escribió Bonatti en su libro «Montañas de una vida» al relatar su historia en el Gran Capuchin.
Así es, creo que por entonces la hice la primera entrevista a Bonatti en el Museo de la montaña de Turín. El libro está escrito en 1996, la versión española es de 1999, y el título Al Filo de lo Imposible se me ocurrió, creo recordar, en torno a 1984. Es un orgullo que el gran Bonatti utilizase esa misma expresión con el mismo significado