Bonatti, Rossana y yo

Leo la noticia de su muerte en El País y vuelvo a recordar aquella primera imagen que guardo, en esa parcela de la cabeza donde se refugian los inolvidables y nostálgicos recuerdos infantiles, la de una mujer hermosa, con esa belleza que nos desarma por su naturalidad y por la claridad de una mirada que penetra en lo más hondo del alma.

Tendría tiempo, mucho más tarde, para aprender que la claridad en la mirada no siempre va acompañada, necesariamente, de lealtad y honradez. Pero ese tipo de conocimientos sólo se adquieren con la propia experiencia y esos devastadores aprendizajes que te da la vida a través de traiciones de la gente que más quieres. En cualquier caso no fue así en ella. Pues fue la imagen, como la de su compañero Walter Bonatti, de la honestidad y lealtad encarnadas en una mujer.

 

Walter Bonatti y Sebastián Álvaro en la librería Desnivel. Foto: Sebastián ÁlvaroAquella Italia de la dura posguerra se lanzaba a la reconstrucción de la mano de la ayuda norteamericana pero también con el soporte de una nueva cinematografía italiana que descubrió a una joven espléndida para incorporar al elenco de sus nuevas estrellas que exportaría a todo el mundo. Rossana Podestà formaría parte del reducido grupo de actrices italianas que, junto a Sofía, Claudia y Gina, integraron la memoria sentimental imprescindible de la España de los años sesenta. Siempre me ha parecido objeto de estudio sociológico que esas actrices de exuberantes formas venían a triunfar precisamente en los países del sur de Europa precisamente en tiempos de escasez, pues encarnaban, en todos los sentidos, el símbolo de la abundancia.

 

Mientras las bellezas norteamericanas eran más elegantes y sofisticadas, las italianas eran una demostración de lo que pueden transformar el mundo unas rotundas caderas caminando por una calle empedrada, montadas en la parte trasera de una de esas Vespas que iniciaron la motomoción en España, o abrochándose el liguero mientras Marcello observaba extasiado una escena con la que hubieran soñado cualquiera de aquellos adolescentes que iban a ver las sesiones dobles del cine de verano en Campamento. Si el aleteo de una mariposa puede organizar una tormenta en la otra parte del planeta, el movimiento al caminar de una sola de estas mujeres era capaz de transformar las emociones y sentimientos de muchos varones en todo el orbe, del uno al otro confín.

Bonatti atravesando el desierto de NamibiaDesde luego para Carla Dora (Rossana) Podestá (1934), la oportunidad de hacer el principal papel femenino en la película Helena de Troya significó la transformación de su vida. Se impuso a otras relevantes actrices de su tiempo, nada desdeñables, como Ava Gardner, Liz Taylor o Ivonne de Carlo. Hace tan sólo unos pocos años, cuando ya compartíamos una agradable y tranquila amistad entre Madrid y Turín, tuve la suerte de encontrar en Islamabad una copia norteamericana de aquella película y compré dos dvds para quedarme con una y enviarles la otra a Walter y Rossana. Aquella película sería una de las más conocidas de las casi sesenta de su amplia filmografía.

 

Se casó muy joven con Marco Vicario, con el que tuvo dos hijos y del que se divorció en 1976. Podría decirse que hasta aquí era la típica trayectoria de una actriz italiana, justo en aquellos años en los que la edad comienza a restringir los papeles que las ofrecen, ‘obligándolas’ a mantenerse siempre jóvenes en esa tiranía que ha impuesto el modelo de juventud como símbolo de virtud y no, como debería ser, como una etapa más de la vida. Justo en ese momento de su vida, difícil y lleno de dudas, se le ofreció la mejor oportunidad, realizar por fin el mejor papel, el suyo, el que le cambiaría la vida monótona y aburrida que llevaba por una hermosa historia de amor; un amor de película. Aquella historia la compartieron conmigo Rossana y Walter una noche cenando en un restaurante de la Plaza Tirso de Molina.

 

Walter Bonatti en el Cervino, en 1965Habíamos terminado la inauguración de la exposición de algunas fotografías de su época de reportero y nos encontrábamos relajados, riéndonos de lo tímidos y tontos que a veces somos los hombres. Entonces Walter comenzó a contarme cómo se conocieron treinta años atrás. A mi derecha Rossana asentía, o apuntillaba, sus palabras.

Rossana nos contó que estaba harta, en esa etapa madura en la que se negaba a seguir las duras exigencias de una actriz que necesita estar “obligatoriamente bella todos los días de la semana”. En ese tiempo le hicieron una entrevista en la que al final le hicieron una de esas tontas preguntas: “¿Si estuviera en una isla desierta a quien elegiría para encontrarse allí?» Y Rossana contestó sin dudar: “A Walter Bonatti”. No era una respuesta descabellada porque el gran alpinista italiano era por entonces un tipo con una planta formidable y el aura de ese Aquiles protagonista de sus películas. Un amigo llamó a Walter para contarle lo que había pasado y le convenció, a pesar de su timidez, para que llamara a la actriz a Roma. Por fin se atrevió. “Rossana, soy Walter. Te agradezco mucho lo que has dicho de mi. ¿Qué te parece si cuando vaya a Roma, dentro de seis meses, te doy un toque y nos vemos?” A mi derecha Rossana sonreía mientras me decía: “¡Que hombre tan raro, te llama para quedar… dentro de seis meses!” Al rato volvió a sonar el teléfono: “Soy Walter, que a lo mejor tengo que bajar al mes que viene, ¿te parece que te llame entonces?” Por último, unos minutos después, se produjo la última llamada, que reflejaba la fuerte personalidad y la decisión con la que Walter acometió todas sus aventuras: “Rossana, soy Walter mañana voy a verte a Roma”.

Bonatti en los años 70, trabajando de reporteroQuedaron en la gran plaza a la unidad italiana que se encuentra al lado de los Foros Imperiales. Por entonces no había teléfonos móviles y la plaza era tan grande que durante dos horas no se encontraron. Pero los dos esperaron, presintiendo que ese encuentro merecería la pena. Ella tenía 47 años y el 51. Corría el año 1981 y yo, ajeno a aquella hermosa peripecia, iniciaba mi primera expedición al Karakorum. Para mi Walter Bonatti era la gran referencia del alpinismo, uno de los más grandes alpinistas, pero sobre todo era un ser humano que destilaba humanidad y sabiduría, uno de esos seres incorruptibles que se convierten en referentes, en ejemplo de honestidad y de valores con los que transitar por la vida. Tan importante como sus grandes escaladas es su ejemplo que me ha hecho caminar teniendo en cuenta que en la montaña, como en la vida, valores como la honestidad, el esfuerzo, la lealtad y la valentía son imprescindibles. Se puede aprender a escalar de cualquiera pero a comportarte con rectitud sólo te lo enseñan los grandes personajes. No podía haber imaginado en aquellos años, ni imaginado en mis mejores sueños, que aquel hombre, ejemplo de mi juventud, terminaría siendo un amigo entrañable.

 

Desde aquel momento Walter y Rossana no se separaron. Recorrieron el mundo entero, vivieron aventuras inéditas y vieron los paisajes más bellos y remotos. Y no se casaron legalmente. Porque no necesitaron papeles, ni jueces, ni religiosos, que legalizasen el amor que ellos sentían.

Bonatti en los años sesentaA finales del verano del 2011 el cáncer de páncreas, que él sabía era incurable, comenzó a atacarle de modo fulminante. Pocos días antes seguía desarrollando su actividad con normalidad, escribiendo y encargándose de ordenar su gran archivo fotográfico. Esa fue la razón que me dio para no regresar a España a caminar juntos por el Pirineo. En aquellas conversaciones y encuentros que tuvimos recuerdo que ambos compartíamos la admiración por el gran aventurero Luis de Saboya, hijo del rey de España Amadeo I, que fue a morir a Somalia lejos de la corte italiana porque, según sus palabras, sólo allí estaría a salvo de “la hipocresía de los hombres civilizados”.  Alguna vez lo hablamos de refilón, casi al margen de una conversación sobre accidentes en la montaña, y también en eso estuvimos de acuerdo. Vivir dignamente, me dijo, supone también saber morir con dignidad. Por eso me pareció escandaloso que justo en el momento en el que Bonatti encaraba su tránsito final, no dejaran estar a su lado a Rossana porqué “no estaban legalmente casados”. Walter murió el 13 de septiembre de 2011 en una clínica religiosa privada. Según las palabras de Rossana, que denunció los hechos en el diario la República: “Al no estar esposados me han prohibido asistirlo en sus últimos momentos. Me he decidido a hablar porque no quiero que vuelva a ocurrirle a ningún otro. Walter ha muerto solo, llamándome inútilmente”.

 

Como si hubiera ocurrido un cataclismo que estuviera anticipando la muerte del gran alpinista italiano, poco antes se había derrumbado una parte del “pilar Bonatti” en el Dru (quizás su obra maestra) y en el Karakorum se rompía, la “roca cortada”, Urdukas, precisamente por la “fisura Bonatti”, matando a tres porteadores baltíes. Me pareció casi como las grandes tragedias griegas donde se producían esas señales que a veces surgen en los cielos anticipando la muerte de los dioses, como dicen que ocurrió cuando murió Alejandro Magno.

Rossana y Walter Bonatti, con mi familia, en Madrid. Foto: Sebastián ÁlvaroRossana apenas ha sobrevivido dos años a la muerte de su gran amor. En una última entrevista que le hicieron en una televisión italiana (y que el lector interesado puede ver en la revista Desnivel) hablaba de Walter y de los años que vivieron juntos, del carácter y la personalidad de este tipo que me enseñó las cosas más importantes.

 

De Bonatti dijo Doug Scott que “era el alpinista más puro que jamás ha existido”. A mi me parece, además, que también fue el más honesto. Una persona íntegra que nunca transigió con la mentira, la deslealtad, la deshonestidad. Que nunca se doblegó a pesar de la campaña insidiosa que llevaron contra él, para sacar a la luz la verdad. “Sebas, simplemente perseguí la verdad… la mentira en montaña significa deshonor, la muerte, en suma”. A veces necesitas vivir en tu propia carne injusticias parecidas para darte cuenta de lo que Bonatti quería enseñarme. Hay personas capaces, eficientes y preparadas que, sin embargo, son deshonestas y venden su lealtad al mejor postor. Que mienten con naturalidad porque anteponen sus intereses a sus principios. Ocurre en la amistad y en el amor. Y en la política.

 

En el último libro del hispanista británico Paul Preston hay una frase demoledora referida a Santiago Carrillo. Viene a decir que era uno de los políticos más capaces del siglo XX y que tenía múltiples cualidades “entre las que no se encontraban la lealtad ni la honestidad”. Creo que es lo peor que puede decirse sobre una persona. La “hipocresía de los hombres civilizados” a los que se refería nuestro admirado Luis de Saboya, de la que tanto él como yo huíamos como la peste. Se pueden perdonar muchas cosas a la gente que queremos, pues como bien sabemos puede haber intenciones perfectas pero no hay mujeres ni hombres perfectos, pero nunca la traición ni la falta de honradez. Creo que tampoco la cobardía, aunque no sea obligatoria, pues recorrer un camino juntos implica acometer los mismos desafíos.

Walter Bonatti y Sebastián Álvaro, en abril de 2008. Foto: Sebastián ÁlvaroNada de eso les ocurrió a Rossana y Walter. En esa maravillosa entrevista, poco antes de su muerte, Rossana habla con hermosa transparencia de sus sentimientos y de su compañero que “era como un león, siempre dispuesto a atacar” cuando iniciaba una aventura, que la relación con las montañas no era de conquista sino de aprendizaje y dialogo mutuo, como un padre habla con un hijo. “Walter era como un soplo de aire fresco, como el arco iris…” Si una sola de las mujeres que he amado dijera de mi lo mismo que Rossana de Walter, creo que mi vida habría valido la pena… 
Poco después, en el transcurso de una operación, Rossana moría hace unos días. No se me ocurre mejor final para una historia de amor que esta entrevista. Ya se que es triste, pero como la propia vida que siempre acaba mal si sólo se cuenta el final. Pero lo que importa es cómo hemos vivido, pues somos la suma de lo que hemos amado y hemos vivido. Se nos juzgará por eso. Y, en su caso, hay pocas historias más llenas de plenitud y entrega que la de mis dos amigos: una actriz símbolo de las star italianas y uno de los más grandes alpinistas y aventureros de todos los tiempos. Un amor al filo de lo imposible, honesto, leal y valiente. ¿Quién puede decir lo mismo?

2 comentarios

  1. Iñaki Egiluz

    Al margen de su calidad como alpinista. Es una de las personalidades que atraen como una estrella , a los que buscamos los limpios arroyos que vierten su pureza a los ríos de sucias aguas en las que nos toca nadar a todos.

Responder a Iñaki Egiluz Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *