El secuestro del Everest

Desde hace unos años el Everest ha pasado a convertirse en uno de los mayores parques temáticos del mundo. Hace tiempo que ha dejado de ser la montaña más alta del mundo para convertirse en un circo alejado de los valores y el Sentimiento de la Montaña. Hace justo un año tres notables alpinistas, Ueli Steck, Simone Moro y Jonathan Grifin, estuvieron a punto de ser linchados por una multitud enfurecida de sherpas y tuvieron que abandonar la escalada. Su delito fue tratar de escalar el Everest por su cuenta sin la ayuda de sherpas ni botellas de oxígeno. Algunos de los guías de las expediciones comerciales y voces autorizadas de los sherpas y el gobierno trataron de escamotear el asunto, hablando de conflicto “entre dos partes”, es decir que las dos partes habían tenido parte de la culpa poniendo, como otras muchas veces, a la víctima y al agresor en el mismo plano. El gobierno, que no es neutral en este asunto y es el mayor responsable de lo que ocurre, subió los precios de los permisos, concedió menos (pero con más personas) y puso policías en el campo base para esta temporada. Y hace unas semanas, nuevamente, el Everest volvió a saltar a la palestra de los informativos del mundo, no por el alpinismo sino por el fallecimiento de 16 sherpas. Y pocos días después, por las amenazas e intimidaciones que han obligado a dar por abandonada la temporada a la gran mayoría de los 374 clientes que aspiraban a ser llevados en volandas a la cumbre del Everest por sherpas y guías.

Todo esto forma parte del circo mediático en el que se ha convertido la montaña más alta de la Tierra y no debería considerarse como un accidente de escalada sino como un accidente laboral, producto de, básicamente, tres factores: la comercialización, la banalización y la presión existente por el turismo de montaña en el Everest. Hace tiempo que el alpinismo no existe en el Everest, ha sido secuestrado desde hace unos años por unas pocas agencias comerciales que hacen su agosto (en realidad su abril-mayo) en apenas dos meses de trabajo. Sin duda hay consideraciones interesantes a la hora de reflexionar sobre este accidente, como ocurre en otros accidentes en profesiones de riesgo, que ha lanzado a los trabajadores de la montaña a pedir más dinero y seguridad en su trabajo, es decir ni más ni menos que lo ocurre en accidentes en la minería o en la construcción. Es loable pedir mejoras laborales  y de seguridad. Los sherpas tienen todo el derecho, y el deber, de hacerlo, como cualquier otro trabajador. Pero nada de esos accidentes tienen que ver con el alpinismo sino, básicamente, con la codicia. Un sherpa de nivel medio-alto, que ha subido, por ejemplo, dos veces al Everest puede comprarse una buena casa en Khunjung y al mismo tiempo un restaurante-pub-cafe​<!–tería que no tendría nada que envidiar a las de muchos pueblos de España. Sin duda la profesión de sherpa es arriesgada pero un minero en España no gana en dos meses lo que cuesta una buena casa.

Lo que ha puesto de relieve este accidente es que lejos de solucionarse las cosas las medidas del gobierno nepalí no han hecho sino empeorar las cosas. El tramo de la Cascada de Hielo del Khumbu, un glaciar en continuo movimiento que provoca frecuentes aludes de seracs, es uno de los lugares más peligrosos que conozco. Meter a casi mil personas, durante varias semanas, subiendo y bajando por esta zona, es como jugar a la ruleta rusa. La última solución que se apunta por parte del gobierno y las agencias es… ¡utilizar helicópteros! para trasladar a los clientes y serpas al campo 1. Y luego, será cuestión de poco tiempo, al campo 2, al collado sur y ¿por qué no? la cumbre. ¿Qué tiene que ver todo esto con el alpinismo, con el ejemplo de Mallory, de Hillary, de Tenzing, de Messner y de otros muchos alpinistas entre los que, por supuesto, se encuentran muchos sherpas anónimos?

El año pasado el intento de linchamiento de tres alpinistas europeos sirvió para que muchos dejasen de seguir manteniendo la imagen de los sherpas con ese ideal romántico de la montaña de principios del siglo pasado. Y para darse cuenta de que el Everest está secuestrado por unas cuantas agencias comerciales en connivencia con el gobierno nepalí. En estos países los intereses privados y los oficiales siempre están enmarañados en provecho de unos pocos. El gran dinero se lo reparten unos pocos. Por otro lado los sherpas del valle del Khumbu hace años que viven del turismo y no son ajenos a la codicia que impone el dinero fácil de temporada. Cualquiera que haya estado allí sabe ya de los precios abusivos, de los intentos de engaño, de la desnaturalización del paisaje y de las ascensiones. Los que asiduamente viajamos al Himalaya nepalí y al Karakorum sabemos las notables diferencias que existen entre ambos lugares. En Pakistán puedes dejar el petate abierto, se puede escalar en completa soledad, te puedes sentir hermanado con los porteadores que sólo piden que les pagues con justicia. En el Karakorum sigue siendo posible el alpinismo.

Muy lejos este accidente del que se produjo en 1922, en el que murieron 7 sherpas en la cara norte del Everest por un alud, y que Georges Mallory no pudo quitarse nunca de su alma pues en aquellos tiempos los alpinistas eran responsables de abrir ruta, escalar, asumir los máximos riesgos y cuidar de los sherpas que porteaban las cargas. Hoy en día el valle del Khumbu se ha convertido en un gigantesco negocio turístico donde los sherpas prosperan, se dispara la construcción, aumentan los bares y hoteles y la codicia es el principal motor de la economía. Nada diferente a lo que ya conocemos en Wall Street, pero muy alejado de los valores y los ideales del alpinismo. No sería reseñable sino fuera porque el monopolio de las agencias comerciales conduce inevitablemente a corruptelas, la masificación y a la banalización de la montaña. No es difícil calcular el gigantesco negocio que mueve el Everest. El gobierno nepalí ingresa unos 4millones de euros por los permisos. Pero eso es sólo una pequeña parte del pastel. Casi 400 clientes (y otro tanto de sherpas, y muchos más entre cocineros, ayudantes, personal técnico, etc,) se dejan entre 30.000 y 90.000 $ por persona para intentar alcanzar la cumbre del Everest. Probablemente se ponen en juego más de 20 millones de euros que, en términos de Nepal, es mucho dinero que compra y vende voluntades, enfurece a sherpas, y hace mirar a otro lado a los guías y responsables de las agencias que disfrutan de este monopolio encubierto y sus pingües beneficios.

Todo esto lleva a aglomeraciones en el campo base, con más de 1000 personas (un pueblo entero) viviendo sobre un delicado glaciar, donde se instalan cafeterías, pub, cocinas industriales, y que mueve a su alrededor prostitución, negocio de helicópteros, botellas de oxígeno (sólo este apartado movería más de un millón de euros de negocio…) lo que implica la destrucción, la deforestación y contaminación de parajes muy sensibles que deberían estar protegidos, y a la enorme masificación de turistas de montaña que no tienen los conocimientos ni la preparación para escalar una montaña de estas dimensiones y a la concentración de muchas personas en zonas potencialmente expuestas a peligros objetivos, como aludes, cambios de tiempo, enfermedades provocadas por la falta de oxígeno, como la hipoxia, edemas pulmonares, y un largo etcétera. En el momento del alud más de 150 personas se encontraban en la zona, lo que quiere decir que es sólo una cuestión de tiempo que se vuelva a producir un accidente igual o incluso de dimensiones superiores.

En los últimos tiempos he oído decir a algunos alpinistas en España que se abandone el Everest porque aún quedan muchas montañas en el Himalaya. Sin embargo creo que tal postura es una equivocación, al menos por dos argumentos de peso. Como muy bien conocemos en España, el modelo de negocio y sobreexplotación de zonas de turismo, llevará a corto plazo que Everest será traspasado, irremisiblemente, a otras zonas y a otras montañas; sólo es cuestión de tiempo, como ya está ocurriendo en el Cho Oyu, Shisha, Ama Dablam, etc. Cuanto antes se denuncien estas tropelías antes estaremos en condiciones de reivindicar el alpinismo y el montañismo sostenible, un modelo de negocio más justo y equitativo para las poblaciones locales y más respetuoso con el medio ambiente. Por otro lado todos estos lamentables sucesos está dañando la imagen de la montaña, de los sherpas y de Nepal. Es cuestión de muy poco tiempo el que turistas y montañeros descubran que aquel Nepal que vieron Herzog, Terray o Hillary, ya no existe.
Por otro lado la idea de que las montañas, los ríos o los bosques pertenecen en exclusividad a los lugareños, para disponer de ellos de forma utilitaria es un concepto que nos hace retrotraer siglos en la historia de la civilización. En la defensa de las montañas y los montañeses los alpinistas debemos jugar un papel fundamental. Se puede, y se debe, utilizar otro modelo y recuperar el Everest para el alpinismo, convirtiéndole en lo que siempre ha sido: la montaña más alta del mundo. Si no se cambia el modelo de negocio los sherpas seguirán muriendo en la cascada de hielo. Y los alpinistas no deberían volver al Everest. No es una cuestión de altitud o valentía, sólo de dinero.

2 comentarios

  1. satis

    A otro nivel, pasa parecido en todas las montañas. Con decirte que yo ya estoy pensando en arrepentirme de haber divulgado o haber hablado a nadie de lo bonita que es la montaña y el montañismo…

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